EL RIO, EL TIEMPO Y THOREAU

Era el único camino para salir de aquel lugar y a un lado tenía una laguna. Cuando llovía, la laguna se desbordaba, pasaba por encima del camino y salía del otro lado en forma de río que se perdía en el campo. Entonces, cuando la tormenta duraba varios días nosotros, los modernos colonos con internet, quedábamos literalmente aislados. Y lo cierto es que antes de que invadamos aquel ecosistema, el camino no era un camino, y el agua se escurría libre. Habíamos interrumpido su paso para nuestro paso,  o sea, existía ahora una disputa entre nosotros y la naturaleza. Eso fue hasta que un día llegaron unas maquinas enormes que cavaron por debajo del camino y pusieron un caño comunicando la laguna con el río y dejando la ruta seca por encima. Obviamente un evento así hizo que los diez vecinos del barrio nos acercáramos a ver los trabajos. Comentábamos lo curioso que era que el caño no estuviera puesto justo en donde el agua cruzaba por encima del camino, sino a varios metros haciendo una gran “U” para reencontrarse con el río del otro lado. Alguien se animó a preguntarle el porqué a uno que parecía un ingeniero. Nos explicó que no era bueno que el agua pasase derecho. Había que darle más recorrido. Y agregó, como una ley universal, “Nunca es bueno que un río vaya en línea recta y corra tan rápido”. Instantáneamente pensé en Henry David Thoreau que alguna vez dijo: “El tiempo no es sino la corriente de este río en el que estoy pescando”. Y luego mezclé ambas frases en mi cabeza y entonces me quedó “Nunca es bueno que el tiempo vaya en línea recta y corra tan rápido”.
Henry David Thoreau fue un escritor, un filósofo, un naturalista y un agrimensor que en 1845 se construyó una cabaña a la orilla de un lago y allí se fue a vivir por dos años. Quería enfrentar de manera profunda y espartana a los hechos esenciales de la vida sin la necesidad de la engañosa “protección” de la sociedad. Ese falso “orden” que adormece al humano para convertirlo en un cuerpo económicamente productivo y políticamente dócil. Thoreau quería vivir la vida, y no vivir “lo que le decían que era” la vida. Igualmente un día dejó la cabaña y fue al pueblo. El recaudador de impuestos al verlo le exigió que pagara lo que le debía al estado, a lo que Thoreau se negó. Le explicó de manera un tanto vehemente que él no daría su dinero a un gobierno que acababa de invadir Texas, que aniquilaba a las poblaciones nativas y que le negaba a las mujeres sus derechos básicos. El resultado fue una noche en la cárcel. Pero ésto no le disgustó, porque él sabía que en el fondo, toda esa sucesión de eventos tenía que ver con lo que él deseaba conocer de la vida real: El estado versus Thoreau.
De esos años escribió luego “Walden o la vida en los bosques”, un ensayo en el que cuenta su vida mano a mano con la naturaleza y “Desobediencia Civil” otro ensayo que escribió para una conferencia en el cual planteaba, entre otras cosas, que el hombre primero debía ser un individuo para luego convertirse en un ciudadano. “Desobediencia Civil” fue el libro de cabecera de Mahatma Ghandi, quien lo leyó por primera vez en una cárcel de Sudáfrica. También reconocieron haberlo leído y haber recibido su inspiración  Martin Luther King, John Fitzgerald Kenedy, Ernest Hemingway, León Tolstoi y Marcel Proust.
Abro paréntesis: De los seis, cuatro murieron por las balas (de armas ajenas y propias) y dos de neumonía. Cierro paréntesis.
Vuelvo al “río” de mi casa y al ingeniero y a Thoreau todo entrelazado en “Nunca es bueno que el tiempo vaya en línea recta y corra tan rápido”.
¿Por qué hay que entretener tanto al angosto río antes de que desemboque? ¿Cuál sería el problema de que llegue pronto al océano? ¿Por qué exponerlo incluso a que una sequía lo deje a medio de la llanura consumiéndose  entre las grietas de una tierra árida?
“No nos pertenecemos” insiste Thoreau, “perdemos nuestra vida tratando de ganarla, vivimos como máquinas… y entregamos siempre nuestra vida al mañana”.
E l mañana puede ser el océano y el océano… la libertad. Pero nos suelen confundir, nos dicen que el océano es la muerte. Entonces mejor dar vueltas, no llegar pronto. Y cuantos más recovecos tenga el cauce del pequeño río, mejor. No importa que por momentos se convierta incluso en un infame hilo de agua. No. Desembocar sería “trágico” y nadie quiere llegar a la muerte ni siquiera, aquellos que creen que luego hay una vida mejor. Por eso, cada vez que el cauce se hace muy recto, nos indican que busquemos una curva que nos salve de tanto vértigo. Hay que retrasar la desembocadura. Porque una vez ahí, nadie nos dirá por donde ir, no estarán las dos orillas y habremos quedado a merced… a merced… ¿De nosotros mismos?
Usamos nuestro tiempo para pagar puntualmente por cada una de las curvas de nuestra angosta cotidianeidad en un mundo en donde la libertad es la promesa que nunca debe ser alcanzada. Hay que “no estar” en el presente, hay que vivir en el mañana. Vivir el presente nos invocaría de manera dramática el hecho de que nadie sale vivo del agua: Allí donde estemos, nos evaporaremos hacia el cielo o nos tragará la tierra. Y si vivimos con la promesa del mañana, descuidamos nuestro presente y siempre alguien se aprovecha de esa situación. Y de ese descuido nace un orden social y paradigmas que nos hacen olvidar, que lo único que tenemos entre el nacimiento y la muerte es un poco de tiempo. Añoramos el océano pero nos morimos de miedo de “desembocar”.
Después de un año de convivir con él y de tenerlo a 50 metros de la puerta de mi casa se me ocurre seguir al angosto río ¿A dónde iría? Luego de un kilómetro se mete en un campo en el cual ya no puedo pasar. Vuelvo a casa y le pregunto al vecino si él sabe adónde va. Me explica que desemboca en el Gran río Uruguay, pero “no lo vas a creer, antes pasa por debajo del Banco de la Provincia” en plena ciudad.
Thoreau  murió de apenas 44 años. Escapó del destino de las armas pero no de la neumonía.  Vivió devorándose la vida a cada minuto, como si hubiese intuido que su tiempo no era mucho. Yo creo que sí lo sabía. Yo creo que si hiciésemos un profundo silencio en el medio del bullicio cotidiano, conoceríamos con impecable exactitud la fecha en que debemos entregar este cuerpo. Pero sería insoportable. Estaríamos expuestos a muchas cosas… entre ellas a la felicidad.
Mi perro y sus amigos han encontrado divertido entrar por un lado del entubado y salir por el otro. Para ellos todo es una posibilidad de juego. Ni siquiera les molesta quedar todos mojados y oler horrible.
Si no los hubiésemos domesticado, serían lobos e irían en línea al océano… de eso no tengo ninguna duda.

El río Sena a través de los ojos de Vincent Van Gogh.
Es un lienzo de 1887 pintado tres años antes de su muerte... y quedó sin terminar.



EL BAR DE TALES 
(DE MILETO)

Un nuevo bar se acababa de inaugurar en la ciudad. Se llamaba “Tales y cuales”. Fuimos a conocerlo y apenas llegamos notamos algo realmente novedoso para estos tiempos: La música ambiente se hallaba apenas como un fondo, a un volumen tal, que todos podíamos escucharnos y hablar sin la necesidad de recurrir a gritos o a gestos. Pudimos volver al viejo arte de la charla, incluso con pausas y silencios.
En la mesa de al lado están sentados “A” y “B”. Los escucho hablar. Los conozco. “A” le está reprochando algo a “B”. Le dice que si se hubiese esforzado como él, ahora sería dueño de un auto y por ejemplo, esa noche no tendría que pasar frío al volver caminando a su casa… Y le recuerda que además, si habría aceptado aquella vez entrar a trabajar a la oficina con “A”, ya estaría a menos de una década de jubilarse. Se lo dice “porque lo quiere”, aclara. “B” le retruca que no es ningún mérito ir al mismo lugar a repetir una rutina durante 30 años, no al menos para la  evolución humana. “A” le insiste a “B” que en realidad él nunca se quiso “esforzar” y que las cosas se logran con “esfuerzo”. “B” le repite que ni loco hubiera resistido siquiera un año de esa vida, incluso si le hubiesen jurado que al final del camino le esperaba el paraíso con autos últimos modelos y bellas mujeres. Y le recuerda a “A” que a él, por esos 30 años, apenas le prometieron una jubilación y remedios con descuento para enfermedades que seguro, le trajeron el sedentarismo y la rutina mental. “A” entonces lo crucifica y le dice a “B” qué en verdad él no tiene “el temple” ni “el coraje” para lograr las cosas porque siempre toma el camino más fácil, y se lo dice “porque lo quiere”. “B” se para y  le contesta que, si él lo hubiera deseado, no sólo estaría trabajando con “A”, sino que seguramente ya sería su jefe. “A” repite algo del esfuerzo diario y el mérito y bla bla bla y “B” luego de sacarle un cigarrillo, deja a “A” hablando solo y se va afuera a fumar.
Unos seiscientos años antes de Cristo en una ciudad llamada Mileto que quedaba en la actual costa de Turquía, vivía un hombre a quien muchos hoy consideran el primer filósofo de occidente: Tales. Se lo etiqueta como el primero porque predijo un eclipse con fecha exacta. Antes, los hechos cósmicos y los fenómenos de la naturaleza eran atribuidos a la voluntad caprichosa y arbitraria de algunos dioses y todo solía explicarse a través de mitos. Por ejemplo, si un barco naufragaba en el medio de una tormenta, se podía decir que Poseidón estaba de mal humor, que no validaba ese viaje y que seguro algún tripulante había cometido alguna desavenencia que lo había hecho enojar y que era mejor que esa nave terminara en el fondo del mar… Bien, dicen que Tales fue el primer occidental que intentó conocer la verdad del mundo mediante explicaciones racionales dejando a un lado los mitos y leyendas. Así fue que, el 28 de mayo de 585 antes de Cristo, predijo un eclipse. Su ciudad, Mileto, era un territorio conquistado, o sea que muchas culturas convivían en esas fronteras imperiales de los griegos. No podemos deducir con exactitud cómo fue que lo predijo, ya que no ha dejado nada escrito, pero sabemos que estuvo en Egipto con su padre cuando era joven y que solía debatir con astrónomos babilónicos. El día del eclipse habría una batalla entre Medos y Lidios y Tales paradójicamente utiliza este conocimiento científico y lo disfraza de mito para detener la batalla. Les dice a los contendientes que suspendan ese enfrentamiento porque sino los dioses se enojarían y les quitarían el sol, y bla bla bla. Por supuesto, suspender una batalla cuando ya todos están en el campo  es burocráticamente muy complicado. Pero cuentan que a poco de comenzado el combate, el sol se ocultó y todos recordaron la sentencia de Tales. Entonces decidieron dejar para otro día la lucha y no enojar a esos dioses que se llevaban el sol.
Y así, paradójicamente, la primera aparición de una explicación científica en occidente queda “eclipsada” detrás de una amenaza mitológica.
Tales iba sorprendiendo a todos con sus métodos deductivos y sus teoremas que permitían calcular desde el exacto límite de una parcela  después de que el río borrara los mojones luego de una inundación, hasta saber cuánto medían las pirámides.
Pero un día Tales se encontró con un tipo bastante rico que empezó a cuestionarle para qué le servía su sabiduría. Si tanto sabía, porqué no vivía como un rey, como él.  Porqué andaba siempre con la misma ropa y con las mismas sandalias y su casa era una casa como la de cualquier ciudadano mediopelo de la polis.
Tales le contestó que a él no le interesaba usar su tiempo para demostrar opulencia y que prefería mejor destinarlo a aprender la lógica de la naturaleza y del cosmos. Este hombre rió y siguió reprochándole que en realidad Tales no tenía la capacidad para ser rico y que por eso debía conformarse con esa estupidez de las estrellitas, los planetas y las matemáticas.
Uno puede ser el hombre más seguro del universo pero cuando algunas personas invaden nuestra mente con sus opiniones y esa invasión nos quita tiempo, hay que poner una puerta entre ellos y nuestros atemporales deseos. Dicen que Tales le dijo algo como: “Ya vas a ver cuando nos volvamos a encontrar”, a lo que el hombre seguramente respondió con una sonrisa agitando su collar de oro mientras se alejaba llevado en andas por sus sirvientes. Tales entonces desvió algo de sus talentos para estudiar la forma de hacerse rico. Así descubrió que en la zona de Mileto y Quíos habría una buena cosecha de aceitunas ese año . Si sus cálculos eran correctos, las lluvias y el caudal de los ríos favorecerían el crecimiento de los olivares, mucho más que en años anteriores. Habría miles de toneladas de aceitunas para fabricar miles de litros de aceite… Entonces pensó Tales: “Para hacer el aceite hay que prensar las aceitunas. Prensar… prensas… ¡Prensas!!”
Entonces silenciosamente fue adquiriendo todas las prensas de la zona de Mileto y de Quío.
La cosecha fue efectivamente extraordinaria. Y por supuesto todo aquel que quisiera hacer aceite de oliva, debía terminar en la casa de Tales alquilándole una prensa. Acumuló una innecesaria fortuna solo para demostrar que el teorema de la meritocracia jamás nos hubiera dado la vacuna de la polio pero si muchos profesores de biología que se jubilarían rigurosamente a los treinta años de trabajo.
Afuera hace frío, lo veo a “B” que ya ha terminado su cigarrillo. Haber salido del adoctrinador reproche de “A” lo ha cruzado con “N” una ex novia. “B” y “N” hablan y se ríen. “N” se toca el pelo. “A” mira esa escena desde adentro, haciéndose el que no ve. “B” le apoya la palma de la mano en la mejilla a “N”. “N” entrecierra los ojos. Se besan. “N” le señala su auto y con un tic de cabeza le pide que la siga. “B” sube al auto con calefacción de “N”.
Este, claro, habría sido el final si los dioses hubieran tenido un desliz de sensibilidad.
Lo cierto es que “B” termina su cigarrillo y muerto de frío entra. “A” le dice que no se enoje, que “lo quiere”. “B” le pide si lo lleva a su casa. “A” asiente mientras toma el ticket de la cuenta y hace el gesto de “Dejá, pago yo”. Ambos desaparecen por la puerta fraternalmente abrazados. Al fin y al cabo, son los mismos amigos que entraron un par de horas antes.
Apenas unos minutos después, llega “N” con unas amigas y se sienta en la misma mesa vacía que dejaron “A” y “B”.
Un movimiento lógico y matemático de los dioses… Ni Tales no lo hubiera calculado mejor
EN EL BAR DE TALES,
escuchando a "A" y a "B" (detrás)