LOS CAMINOS DEL GRAN ARQUITECTO

Quería vivir en un lugar que tuviera playas. Y encontré uno en el que además había termas y campo. Era el sitio perfecto para ese período de mi vida en el cual necesitaba acomodar algunas ideas y otros tantos sentimientos. 
Las aguas de las termas suelen tener una temperatura cercana a la corporal. Esto produce que uno se sienta “in útero”, aunque sea por unos pocos minutos. Creo que inconscientemente, ésta es la propiedad que más atrae. No son las sales, ni los minerales, ni los chorros de hidromasaje… La verdadera curación se da por estar por unos instantes navegando otra vez por un líquido amniótico, recordando en nuestras células esos tiempos ancestrales de alojamiento y comida libres.
Tarde de termas. Una mujer de unos setenta años cruza por el parque lejos de los caminos trazados. Va hacia un par de reposeras verdes y amarillas que deberían ser las suyas. De pronto tropieza y cae absolutamente desparramada sobre el pasto. La canasta que lleva queda tumbada a unos metros y de ella salen rodando unas naranjas. Su marido, que iba por el correcto sendero de cemento, al verla caer se acerca rápido, la levanta y  le dice en voz alta entre el reto y la sonrisa: “¿Para qué habrán hechos los caminos, eh? ¿Para que vos cruces por donde se te antoja y encima te caigas mujer? ¿Pudiste haberte roto un hueso? ¡Déjame verte esa mano!!”... y bla bla bla
Sin embargo, si uno miraba bien, su decisión de cruzar por el parque no había sido caprichosa: Para ir "correctamente" desde donde ella estaba hasta dónde quería llegar, había un sendero de cemento en forma de exagerada e inútil “Z”. En cambio yendo en línea recta por el pasto el recorrido era muchísimo más corto. En resumen, había elegido el camino que sus ganas del momento le marcaron. Seguramente se paró en el origen, miró hacia el destino y trazó una imaginaria línea recta entre uno y otro. O quizás hasta quería pisar el pasto y sentir el fresco de la tierra. No importa…  el tema es que fue "castigada": se cayó y  recibió un sermón por haberse desviado de la ruta marcada.
Una vez, siendo yo muy joven, fui a una fiesta y a los pocos segundos de entrar quedé deslumbrado por una mujer. Tenía  un breve vestido rojo y a la vista era sin duda la más bonita en aquel lugar. De a poco me fui acercando y mezclada con la música, empecé a escuchar su voz. Hablaba con un grupo de tres personas pero yo no conocía a ninguna de las tres. Mi timidez me hacía imposible sumarme a esa charla. Sin embargo, podía oir lo que decía con bastante claridad. Al parecer ella era una arquitecta y estaba hablando de un encumbrado profesor que un día les contó la siguiente historia: “ … y entonces el Gran Arquitecto planificó un gigantesco complejo de edificios y por fin llegó el día en que presentó su maqueta. Estaba tapada bajo un gran lienzo. Antes de mostrarla contó cómo había nacido la idea del proyecto, explicó cómo y de qué manera se disminuiría el impacto ambiental en la zona de construcción, describió cómo se iba a financiar, y reveló además el detalle de cada una de las etapas en que se llevaría adelante la obra. Hubo aplausos, un brindis y luego, todos fueron a rodear la maqueta. Entonces le quitó el paño que la cubría. Se veían todos los edificios perfectamente parodiados en madera sobre un gran parque verde. Hubo otro aplauso. Muchos lo acompañaron con movimientos de aprobación con la cabeza mientras ponían el labio de abajo levemente sobre el de arriba. En el medio de esa euforia estática había un muchacho que daba vueltas alrededor de la maqueta. Parecía buscar “algo”. Finalmente se acerca al Gran Arquitecto y le pregunta: “Disculpe, pero no veo los caminos que salen y entran desde el complejo a la calle. Tampoco están marcados los senderos entre los edificios.”
Todo el mundo entonces miró la maqueta. Y luego, casi al unísono, lo observaron al Gran Arquitecto. Este hizo una pausa dramática y dejó su copa de champagne. Parecía como si todo hubiese estado preparado y la pregunta del muchacho hubiera sido el pie para que el Gran Arquitecto comenzara con la siguiente disertación: “Los caminos no están”, dijo con voz clara y serena, “porque los harán quienes vivan allí ¿Ustedes se preguntarán cómo? No se si han visto, pero hemos puesto un parque alrededor. Pues bien, cuando los vecinos se muden al complejo empezarán a moverse hacia la calle para salir, y también caminarán entre los edificios, para visitar a sus otros vecinos. Entonces, luego de unas semanas, el parque quedará cruzado y claramente marcado por las huellas de los senderos que usaron para moverse. Y sin duda, esos serán los caminos más prácticos, los más directos, y los que usarán. Es inútil hacerlos antes. Cuando el complejo esté vivo, ellos nos dirán por donde quieren ir. Entonces si, sobre sus huellas, les construiremos los caminos”
Por un momento dejé de mirarle las piernas: era la chica más bonita de la fiesta, si, pero acababa de seducirme con su historia.
Mientras la señora colocaba la última naranja en la canasta pensé en muchas cosas:
El que diseña los caminos... ¿Los usa? ¿A quién le conviene que hagas una “Z” en vez de una línea recta para ir del vestuario al solárium? ¿Y qué tiene de seductor un camino liso, parejo y señalizado?¿Por qué es “por aquí” y no es “por allá”?
Al ver la forma tortuosa de muchos caminos por los que tenemos que circular casi a diario, es evidente que nadie nos ha preguntado por donde nos gustaría ir. Nadie se ha fijado por dónde sentimos el placer de andar,  ni nadie se preocupa por hacernos un atajo cuando lo necesitamos.
Pero los caminos no son el verdadero inconveniente. El Enorme problema es La Gran Autopista que contiene a todos los caminos, a todos los senderos, a todas las vías y a todas las rutas.
Por la Gran Autopista es por donde "hay que ir" porque está perfectamente señalizada. Quien se aparte, lo hará a su riesgo.  
Esta Gran Ruta tiene entre otras cosas peajes, servicio de ayuda al viajero, y unos carriles para los que van lento y otros para los que van rápido. 
A veces hay quienes piensan que hacen una revolución porque se meten a 50 kilómetros por hora en la vía para 100. Sienten que "frenan” al mundo mientras además ponen un emoticón enojado en una red social... y así manifiestan su gran encono contra el sistema. 
Pero lo cierto es que aún en su mayor indignación, no abandonan la Gran Autopista, porque dejarla da miedo… 
“¡Para que voy a salir si ya lo hicieron otros! Yo me quedo en la autopista, eso si, mientras tanto, leo los libros de los que anduvieron por afuera, rezo sus salmos, medito con sus mantras, me hago una remera con su cara, ¡Y ya está!!! Obvio que siento culpa, pero decime la verdad... Si yo me saliera de la autopista… ¿No habría sido en vano su sacrificio?”
Debía de haber un atajo, pensé, para llegar a esa chica del vestido rojo que contaba historias de caminos.  En un momento se alejó del grupo. Iba sola a la mesa de las bebidas. Me di cuenta de que yo tenía una ventaja: Aparentemente yo no la conocía, pero "sí" la “conocía”,  y ella… no sabía que yo la “conocía”. No debía usar ningún camino seguro. Sabía que no le gustaban. Entonces, tomé aire, me acerqué y le dije: “Hola. Solo quería que supieras que me gustas, que me encantó la historia del Gran Arquitecto y que si este preciso instante me pidieras de salir conmigo… te juro que te diría que si... ¡sin pensarlo siquiera!!”
Sonrió. 
El factor sorpresa había funcionado. Bajó la vista hacia la copa y rápidamente volvió a mirarme  a los ojos. Y entonces, luego de un par de segundos que me parecieron una eternidad, dijo lo más genial que podía haber dicho en aquel instante: “Me llamo Victoria”
Pasaron ya 30 años de aquella fiesta. Mientras escribía esta crónica llamé a  Victoria para preguntarle si recordaba cual era el nombre del Gran Arquitecto. Pensó unos segundos pero no hubo caso… se le había olvidado. Me preguntó entonces por nuestra hija, y le dije que ella estaba muy entusiasmada preparando el viaje a Madrid para ir a verla en navidad.
-        -  Ponle abrigos que aquí está haciendo mucho frío, Mondo.
-        -  Claro que si mujer, claro que si…

Y allí estábamos a diez mil kilómetros, recordando al Gran Arquitecto, y a aquella bonita fiesta... 
Y entonces pienso que quizás, al final de todas las vidas solo las huellas son el camino.



"LA AUTOPISTA SIN FIN"
cuadro pintado por Robert Allen Zimmerman,
también conocido como Bob Dylan



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JULIO VERNE,  UN VIAJE EN EL TIEMPO, Y EL DESAMOR

Mudarse  al medio del campo suele tener algunas consecuencias. Por ejemplo, que el correo jamás te llegue porque las calles aún no tienen nombre.  Ocurrirá entonces que cuando pasás a saludar cada dos meses a tus antiguos vecinos por el que era tu barrio, alguien siempre te esperará con un pilón de cartas en el cual nunca faltara una que diga “urgente”.
Así llegué al Banco a preguntar por una moderada intimación a un impuesto no pagado. Cuando uno está allí debe abstenerse de internet. Ante al primer amague de querer mirar la pantalla los atentos guardias de seguridad nos harán un gesto desde lejos. 
Es raro, pero es así. En ese lugar en donde dominan los fríos números, estamos libres de la Gran conexión, listos para mirarnos para adentro, como si corriéramos desnudos por una verde pradera, pero parados en una cola, quietos y rodeados de cámaras.
Pensé entonces en mi ídolo de la niñez: Julio Verne, el novelista que describió con llamativa exactitud a mediados del siglo 19, muchas de las elementos que hoy usamos para vivir, como por ejemplo la internet. Y no solo eso, ha relatado “hechos”, como el viaje del hombre a la luna, con una llamativa fidelidad de detalles, un siglo antes de que la apolo 11 saliera a toda marcha de Cabo Cañaveral con Amstrong, Aldrin y Collins.
Cuando yo era un niño no existía wikipedia, porque no existía internet y porque no se habían inventado las computadoras... entonces si querías saber algo había que ir a las bibliotecas y pedir un libro que hablase de tal asunto. El bibliotecario ponía entonces cara de estar calculando algo y se marchaba volviendo, no con uno, si no con cinco libros.  
En aquellos días, el tiempo sobraba, era esponjoso, lo podías apretar fuerte cuando querías hacer una casa en el árbol pero después había que soltarlo y se hacía eterno como cuando íbamos a visitar a la Tía Luz para jugar a la canasta toda la tarde del domingo. 
En esos cinco libros conocí varias versiones de la vida de Julio Verne. Y en todos me llamaba la atención un pasaje muy interesante y poco conocido de su vida: A los once años, o sea a la misma edad que yo tenía ese día en aquella biblioteca, el pequeño Julio compra, con una plata que tenía ahorrada, un contrato de grumete para viajar a la India. La excusa  era que iba para comprarle un collar de perlas auténticas a su prima Carolina Tromson, una niña de la cual Julio estaba absolutamente enamorado, pero en secreto.
Cuatro libros decían que Pedro Verne, su padre, lo alcanzó antes de subir al barco, lo llevó de una oreja hasta su cuarto y allí le hizo prometer que no viajaría más que en sus sueños. Pero había un libro, uno de tapas azules, que daba una versión distinta a los demás. Decía que Julio en efecto, había logrado subir al barco y que se hizo a la mar y que su padre recién logró alcanzarlo a mitad de camino en algún puerto del sur de Africa.  
A mi siempre me gustó creer esta ultima historia. Pero además tenía mi versión de los hechos: Antes de ser alcanzado por Don Pedro,  y cuando el barco se detuvo en algún remoto puerto en tierras africanas para abastecerse, el joven Julio aprovechó para internarse en la selva y conoció algo extraordinario: Un portal. Un portal que lo llevó al futuro. Y así vivió unos días en los finales de los sesentas con la llegada del hombre a la luna, Vietnam y Bob Dylan. Cuando volvió del portal, como era mágico, solo habían pasado en su mundo apenas unos pocos minutos. Regresó al barco siguiendo el sonido de la campana del marinero Jonston que la batía con fuerza en cubierta llamando a la cena a todos aquellos que, como el pequeño Julio, habían bajado a tierra.
A vistas de lo que Julio describió luego en sus novelas yo puedo asegurar, sin lugar a dudas, que su viaje y el portal existieron.
Julio se demoró muchos años en escribir sobre aquello. Mientras tanto su prima Carolina se casó y eso lo devastó… Es el resultado de la ecuación de amar a alguien en silencio... La amada no se entera jamás y un día llega un "don nadie" que en un minuto le dice exactamente lo que nosotros nunca nos animamos a confesarle. Quizás si Julio no hubiese seguido el designio paterno de ser un abogado y hubiese escrito sobre el portal, Carolina hubiera visto en él al hombre de su vida. O no.
Julio tenía 28 y era un gris corredor de bolsa. Había escritos algunos sonetos y una tragedia en verso, tal vez para despistar el destino. Entonces se decidió y salió con todo. Escribió  una novela llamada precisamente “Paris siglo XX” que contenía casi todos los elementos que le habían si revelados en el portal mágico. El manuscrito fue sistemáticamente rechazado por todos los editores. Era un disparate imaginar una ciudad con rascacielos vidriados, autos a gas, calculadoras científicas, trenes de alta velocidad y un telégrafo mundial que uniera a todas las personas del mundo, como hoy lo hace internet. Además el jóven protagonista, aún con todo ese mundo a su disposición, se sentía insatisfecho y pesimista.
“Muchas gracias señor Verne por habernos acercado su novela pero sepa usted  que el género de la ciencia ficción aún no existe y en todo caso, si existiera debiera ser para que la gente sea feliz. Por cierto: ¿No tiene algo de aventuras, que tan bien se lleva por estos días? Salúdole a usted muy atentamente. El editor.”
Supo entonces que debía ir de a poco, que debía dosificar aquello que le había revelado y decidió escribir por supuesto, una de aventuras. Se llamó “Cinco semanas en globo”. Ese manuscrito recorre todas las editoriales de Paris hasta que llega a manos de un joven y atrevido editor llamado Pierre Jules Hetzel que luego de leerlo, se queda pensando unos segundos mientras mueve la cabeza afirmativamente, enciende su pipa y va hasta su escritorio. Entonces saca su pluma, un papel y un tintero y pergeña un contrato de veinte años durante el cual Julio debería entregarle cuarenta novelas. “Cinco semanas en globo” se convierte en un éxito mundial sin precedentes y Julio deja la bolsa. Escribirá unas sesenta y cinco novelas, vienticinco más que las pactadas, entregando en dosis homeopáticas todo aquello que le había sido revelado en el portal. 
Julio era exitoso se había casado con una joven viuda de una familia adinerada de Paris y solían invitarlo a las pomposas fiestas del Paris de aquellos años. 
Pero Carolina se había casado con otro.
La ruta de la vida está llena de cruces de caminos. Y a medida que pasan los años uno debe elegir. Elegir por ejemplo, en que va a creer. Vivir ya de por si es mágico pero tapamos esa magia con la rutina y el sin sentido de rituales como el reconocer como real que un papel con números llamado billete puede comprar nuestro tiempo... el tiempo, el único tesoro propio del que disponemos entre el nacimiento y el inevitable fin.
Estoy en la cola de un Banco pensando en Julio Verne y en aquel portal y a nadie allí le llama la atención el sol que entra y se refleja en la cara de un bebe que entrecierra los ojos y cree ver puntitos que flotan en el aire… y los quiere agarrar… y se rie... y yo también 
ILUSTRACION DE LORENZO PETRANTONI
Diseñador Gráfico nacido en 1970 en Génova.
Su fascinación es ilustrar personajes del siglo 19


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