EL BOSQUE DE RAY BRADBURY


En el campo se ve venir la tormenta. Y siempre, alguna de las ventanas de la casa te avisa. Donde vivo generalmente son las que dan al oeste. Ellas enmarcan al cielo oscuro como a un cuadro con un lienzo vivo de nubes que avanzan al ras del verde. Al no haber edificios, ni paredes, el viento tiene mucho espacio para tomar velocidad y no detenerse. Es la posibilidad de uno de sentirse mano a mano con los eventos naturales. En la ciudad incubadora eso es casi imposible. A la más mínima brisa, una bufanda y un antigripal. Aquí los árboles se arquean, el techo de la casa cruje quejándose y muchas veces, como ahora,  hasta la luz se corta. Entonces la oscuridad es total.
A una cuadra, en la casa del vecino más cercano, se ve un fugaz resplandor en la ventana, un brillo que luego no se apaga del todo y se hace penumbra. Encendió una vela. Inútilmente busco una en mi casa porque se que no hay. Durante unos minutos uso la luz del teléfono. Y cuando se termina la batería también se detiene la tormenta. Silencio total. Me siento en la puerta de mi casa frente a la noche oscura. No puedo hacer absolutamente nada de lo cotidiano del siglo 21. Vuelvo a mi infancia, allá en los principios de los setenta, y empiezo a buscar figuras en los contornos de los árboles del bosque que hay enfrente. Cuando la vista se agudiza veo que hay un hombre y una mujer de eucalipto que se besan. La figura es perfecta. Pienso en que llevo meses aquí y nunca los había visto. El perro entonces corre al bosque y persigue algo, le ladra, lo rodea, vuelve, y me invita a perseguirlo juntos… pero no se ve nada para adentrarse sin un olfato como el de él... y uno nunca sabe que se puede encontrar en el bosque… ¿O si?
Los bosques siempre tuvieron algo de mágico. Muchos escritores los eligieron como escenario para contar sus historias. Allí podíamos encontrar a Robin Hood y a sus secuaces, al lobo, a las lisérgicas hadas, a los enanos que rescatan a Blancanieves, a algunos ogros, a los elfos, a las brujas de Blairwitch… y hasta a el Dante, que estuvo un tiempo perdido en aquel bosque oscuro…
El bosque es misterio pero también es refugio. El que vive en el bosque, de alguna ú otra manera, no está a gusto con la sociedad. La primera vez que escuché una historia que ocurría en un bosque no fue ni la de Caperucita, ni la de Hansel y Gretel…  Tampoco me la relataron en el jardín de infantes,  o me la leyeron mis padres para que me duerma. No. Mi abuelo fue quien les ganó de mano a todos. Y así me contó Farenheit 451, la novela de Ray Bradbury. ¿Era mucho para un chico que no había cumplido los cinco años? Tal vez. El hecho es que desde ese momento, para mi el bosque es el de esa novela ¿Y qué ocurría allí? En  ese bosque vivían los hombres/libros.
La novela Farenheit 451 fue escrita en 1953 en apenas nueve semanas por Ray Bradbury  y la acción ocurre en un futuro muy parecido a estos años dos mil.  Es una sociedad en la que ocurren cosas extrañas: Por ejemplo los bomberos no apagan el fuego sino que lo provocan. Es que la autoridad ha prohibido los libros y la misión de ellos es ir a incendiarlos allí donde estuviesen ¿Por qué? Porque el gobierno ha diseñado un único mensaje para que la gente sea productivamente feliz y políticamente dócil. Para eso los atiborran de información superficial y cada vez más segmentada a través de varios medios y de esta forma los hacen sentir que saben de todo, y hasta que están generando una opinión por su propia voz. Pero esa información proviene de un mensaje direccionado, de un solo origen, de una sola ideología y con un solo fin: Dominar fácilmente a las masas a través de una falsa sensación de plenitud ¿Y por qué quemar los libros? Porque los libros tienen diferentes ideas, casi tantas como autores. Los libros son el caos, si hasta hay autores que se contestan posturas filosóficas a través de sus ensayos y novelas. Además un mismo libro puede dar distintos puntos de vista sobre cualquier tema y hasta generar tantos razonamientos como gente lo haya leído. Justamente lo que el gobierno de este sociedad futura no quiere ¿Por qué melancolizar a la sociedad con dudas y preguntas con miles de respuestas, cuando pueden acceder fácilmente a ser felices a través de un única respuesta proveniente de un único mensaje?
Pero hablábamos de los bosques y de los hombres/libros. En ese futuro, hubo gente que no estuvo de acuerdo con hacer desaparecer los libros. Y levantaron sus voces. Muchos fueron “neutralizados” y nunca más se supo de ellos. Al ver esto, otros decidieron esconder los libros en silencio para salvarlos. Pero eran delatados y muchas veces hasta quemados junto a los libros y sus casas. Había que pensar una estrategia. Entonces alguien tuvo una idea: ¿Por qué cada uno de ellos no memorizaba un libro, o dos, o fragmentos? De esa manera invisible al poder, mantendrían la memoria de las voces que construyeron esa civilización, con sus aciertos y sus errores, no importa.
Todos estuvieron de acuerdo
Estos hombres/libros deambulaban por los alrededores de la gran ciudad y se movían constantemente pero no se alejaban. La autoridad los detenía pero al revisarlos, nada encontraban. Lo oculto es lo que está pero que no se ve. Y lo libros estaban ocultos en sus mentes. Y rodeaban la ciudad como al acecho porque sabían “algo”… “algo” que la gente de la ciudad ignoraba: Según los ciclos de la historia narrados en sus libros/mente ellos podían calcular que pronto habría una guerra y a pesar de la infinita felicidad de sus habitantes, las ciudades serían destruidas. Entonces ellos tendrán una gran misión: reconstruir la historia, recuperar la memoria. Para eso recitarían a viva voz todo aquello que estaba en los libros. Y quienes los escuchen lo repetirán a sus hijos y estos a su vez a sus hijos…
El bosque de los hombres/libro se me hizo siempre melancólico. Ellos estaban ahí sabiendo que había un trágico final y no podían siquiera revelarlo porque los matarían de inmediato por profetizar en contra de la felicidad.
Luego de la gran explosión y aún cubiertos de polvo, su líder, el buen Granger, les dijo: “Encontraremos a muchos solitarios la semana próxima, y el mes próximo y el año próximo. Y cuando esta gente nos pregunte qué hacemos, podemos responder: Recordamos. Así triunfaremos en última instancia. Y algún día recordaremos tanto que construiremos la más grande excavadora de la historia y cavaremos la tumba más grande de todos los tiempos y echaremos allí a la guerra y cubriremos la tumba”
De pronto volvió la luz a mi casa y perdí de vista al hombre y la mujer de eucalipto que se besaban en el bosque de enfrente ¿Por qué nunca los había visto en todos esos meses? Conecto el teléfono y comienza el sonido frenético de los mensajes y las notificaciones recordándome que estoy en el siglo 21. Voy hasta una valija en la que aún están los libros sin desembalar. Mentalmente se dónde está. De repente, ese mismo ejemplar de tapa lila que me leyera mi abuelo ahora está en mis manos. Empiezo a leer:
“Era un placer quemar. Era un placer especial ver cosas devoradas, ver cosas ennnegrecidas y cambiadas…”

Cerré el libro y repetí la frase. 





EL MITO DE LAS SIETE MUJERES

Mis amigos se incomodan cuando siendo las tres de la mañana y quedando apenas cuatro  sobrevivientes a la fiesta no me solidarizo para jugar al truco en parejas. Les explico en vano que por esta vida y la que sigue ya he utilizado todas mis horas de jugar a las cartas. Mis tías abuelas y mi abuela solían juntarse los sábados y a veces también los domingos a hacer eternas maratones de “canasta”. Yo era el primer todo: hijo, nieto, sobrino nieto, sobrino, y además el primer varón de una dinastía de mujeres y más mujeres. Por lo que era el príncipe e infaltable invitado a las partidas. Ellas jugaban y charlaban. Por momentos me hacían salir de la mesa para contar algo que no debía escuchar. La mayoría de sus conversaciones eran entretenidas, me sentía bien entre “mis viejas” y además, no me gustaba la gente de mi edad. Mi abuelo tenía un héroe: Julio Verne. Ibamos a ver las películas sobre sus novelas y además me compraba libros con sus historias adaptados para niños como yo, con ilustraciones y todo. Recuerdo “De la Tierra a la luna” y “Viaje al centro de la Tierra”. Me fascinaba ese universo aventurero científico. Y entonces venía yo del Nautilius junto al Capitán Nemo  y me cruzaba con mis amigos en la vereda, y me era tedioso escucharlos hablar de Tom y Jerry o Pluto, o Guffy o Dumbo… “¿No se dan cuenta que la voz de Bambi era la de una persona grande imitando a un animalito y que los animales además no hablan?” Era cuestión de creer y me habían dejado muchas horas  al cuidado de  mi abuelo, un tipo hosco que le daba la espalda al sistema, que no creía en nada que no se comprobase que se había tomado el trabajo de aprender el esperanto y que además había tenido hijas mujeres por lo que veía en mi a su proyección más cercana. Me había enseñado a ver al titiritero antes que a los títeres. Veía reírse a mis amigos y yo me esforzaba con soñar con el Pato Donald pero era inútil. No tenía la magia del mito, necesaria para atravesar la vida, en realidad no la conocí jamás.
En la historia “el mito” ha sido muy desacreditado a partir de la aparición de los primeros filósofos griegos allá por el siglo IV antes de Cristo. Sin embargo no se puede negar que el mito fue un disparador para los grandes descubrimientos: “¿Cómo??? ¿Que la tierra es plana y está sobre cuatro tortugas y además es el centro del universo? ¡Pues yo creo que es imposible!! ¡A desafiar al mito entonces!!! ¡Tú, te inventas un telescopio y tú te subes a un barco y navegas hacia allá!” Claro que el mito puede ser considerado también  ese “mientras tanto” hasta que llegue la ciencia a interpretar el universo y sus leyes naturales por la experimentación a través de métodos racionales y bla bla bla. La ciencia, tan soberbia que piensa que la filosofía fue solo el nexo entre ella y la religión y bla bla bla.
Pero hubo una historia de esas que contaban mis parientas en aquellas tardes que me marcó. Un mito que me llevó muchos años resolver de manera científica.
Anochece y  mientras cerraba una canasta, mi tía Luz Divina dice: “Y claro, eso pasa porque en el mundo hay siete mujeres por cada hombre”. Levanto la vista por encima de mis cartas, y las miro a todas y cada una. Las demás asienten y sigue el juego. Nadie cuestiona, nadie se opone. Claro que tampoco nadie da un sustento racional a tal terrible revelación para un niño al que hasta ese entonces, ninguna chica le había dedicado siquiera una gesto amable y menos aún un beso o una frase de amor…  Y entonces me pregunté: ¿Por qué a mis siete años no habían aparecido aún ninguna de estas damitas que estadísticamente podrían desear estar conmigo aunque no sea por la escasez?
Ese mito sin embargo sirvió para que me envalentonara. Intenté agradar y hasta me vestí y peiné al estilo de los cantantes que veía en las tapas de los discos. En esos años pensaba para mis adentros: “Seguro que había sido un tema de distracción mío,  ellas seguro que estaban pero yo no las había visto…”
Pasó el tiempo y nada, cero… no diría tampoco que fracasé a esa edad. Podría decir, que no había tenido éxito.
Y cómo el tiempo antes no estaba hiperconectado como ahora e iba al ritmo de los pies de uno, pasaron muchos años hasta que decidí ir por la verdad. Tendría yo unos 13 y se me ocurrió consultar algunas enciclopedias en las que discriminaban la cantidad de habitantes entre hombres y mujeres en diferentes países

Anoté muchos datos y los cotejé. El mito debía tener un sustento y en esa búsqueda llegué por fin a saber porqué se había esparcido la leyenda de las siete mujeres por cada hombre. A favor del mito había un siete, eso era cierto. Pero no se aplicaba como decía mi tía Luz Divina. El asunto era así: Por cada 100 mujeres había 93 hombres, o sea que cada 100 mujeres había 7 que se quedarían sin que las saquen a bailar. Esto era más lógico, y además, por unos años me sentí mejor.

Con el tiempo realicé mi propio estudio a prueba y error y así elaboré algunas reflexiones. Lo primero que pensé es que este desequilibrio no solo era un “problema” para esas 7 mujeres sino para los 93 hombres que intuían que en algunas de esas 7 podía estar el AMOR de su vida que no era precisamente esa novia, mujer, cónyuge o concubina que reposaba a su lado al amanecer o en la siesta del domingo luego de haber comido un buen plato de ravioles con tuco.

La incógnita a despejar es puntual: ¿Quiénes serían estas 7 mujeres?... ¿Las 7 más lindas? ¿Las 7 más feas, las 7 más altas, las 7 más dulces, las 7 más crueles?

El tema es que son 7, número místico e impar… ¿Qué ocurre cuando uno se cruza con una de ellas?, ¿Qué puede pasar cuando una de estas mujeres roza nuestro corazón?

Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero dicen que muchos no han sido los mismos luego de esa experiencia: El tener un encuentro con una mujer que se sabe fuera de la equidad de las matemáticas, puede desencadenar desde un hecho mágico hasta una terrible catástrofe. ¿Por qué? Simple: Un hombre sabe que tiene el poder de ser correspondido entre 93 posibilidades, lo que lo hace en cierta manera vulnerable y dependiente de ciertas leyes del ida y vuelta afectivo, o sea, se enamora y hasta sufre, en cambio, algunas de estas 7 mujeres sabe que ya hay 93 colegas suyas que se ocuparán de tales menesteres sentimentales, entonces se sienten libres, autónomas, livianas, etéreas porque saben que hay otras 93 que se repartirán el trabajo sucio: desde cocinar hasta tener que recibir un obvia carta de amor en una tarjeta con un atardecer que en la portada dirá algo como “Nuestro amor es…”

En ese conocimiento de su "no necesidad de corresponder" que tienen estas mujeres, reside el peligro al que nos vemos expuestos los hombres al caer en sus brazos. Es probable que cuando suspiremos acurrucados en su pecho de repente nos aparten y sin decir “agua va”, nos digan con una sonrisa: “Sabés qué mi amor? … ya me cansé de vos, de tu mirada de pavo y de tu amor con forma de chocolate, así que, ahí está la puerta y si… ya se que son las tres de la mañana y llueve, pero yo no tengo la culpa de que no tengas auto…"

Claro que siempre hay alguna excepción en toda regla y es la que se le reveló a un amigo cuando una de estas 7 mujeres olvidó la agenda en su casa: Indiscretamente la recorrió de pe a pa y descubrió que en ella solo tenía agendados 92 números de teléfonos de hombres… entonces supo que, a pesar de todo, nadie (inclusive alguna de estas 7) nadie puede vivir sin amor, y tiró la agenda y cerró su puerta con 7 llaves y por una semana no atendió el teléfono y cuando se sintió a salvo, invitó a salir a la chica de la panadería, que cocinaba unos riquísimos pastelitos de dulce de membrillo y le gustaba dormirse entre sus brazos mirando películas de amor.

Y es por eso, que no me gusta jugar a las cartas.

GUSTAV KLIMT
(1862 - 1918)