RE (EVOLUCION)

Veo a mi vecino plantar una serie de pequeñas ramas en su jardín. La casa es nueva, aún no se mudó y me presta la carretilla. Es una buena persona. Me cuenta en qué se convertirán cada una de esos palos casi pelados que enterró: Un naranjo, un roble, un limonero, un paraíso... y hasta ahí le presté atención, porque entonces empecé a pensar en que él tiene una gran certeza en su vida: Está seguro de poder estar allí cuando cada uno crezca ¿Será así como estamos? ¿Destinados a un sedentarismo dentro de lugares seguros y fragmentados "por los cuales" y "en los cuales" dejaremos la mayoría de nuestro tiempo útil de vida?
Sin embargo aún hoy hay gente que es nómade por naturaleza. Nómades, que quizás planten mil robles pero a los que jamás se les ocurriría quedarse a verlos crecer, salvo que el roble camine y los siga.
Y lo cierto es que hace treinta mil años, toooodos nuestros pasados eran nómades: dormían bajo las estrellas y  se servían de la naturaleza para comer y vestirse. El cielo los guiaba en su camino, mientras cruzaban montañas y llanuras, ríos y mares, bosques y desiertos para llegar a lugares más cálidos y con buena caza.
Y podían quedar absolutamente expuestos a ser devorados si, en esos cambios de paisajes, no les tocaba estar en la cima en la cadena alimenticia.
Pero… ¿Y en dónde vivían?
Respuesta: En toda la Tierra.
Donde había abundancia se quedaban un tiempo, si, pero luego reanudaban el camino ¿Por qué? Porque para ellos de eso trataba la vida: Nacer, morir y en el medio moverse, explorar, sentir frío y calor ¿Qué sentido tendría para ellos perder el tiempo quedándose en un lugar a ver crecer un roble? Ninguno. Además no vivían tantos años como nosotros.
Enciendan sus pantallas. Denle play.
Lo primero que aparece es una toma con la cámara desde lo alto de una montaña: Vemos una fila de humanos que cruza penosamente una llanura en el medio de una tormenta. Hacemos un breve paneo a la derecha y observamos que detrás de nuestros antepasados, vienen unos lobos. Está terminando la última era glacial y la comida escasea para todos. Pero los lobos no siguen a los humanos para atacarlos y comérselos porque esos bípedos implumes (como diría Platón)  son muy listos: tienen un pulgar opuesto que les permite manipular unos palos con puntas con los que pueden defenderse y hasta matarlos si ellos se acercaran, aún en manada, a atacarlos.
¿Y por qué los siguen entonces?
Porque los lobos notaron que con esos mismos palos con puntas, cazan a los pocos animales grandes que aún quedan en la estepa. Y que cuando se sacian, esos raros animales llamados "humanos" se van y dejan los restos que no alcanzaron a comer. Los lobos no son carroñeros pero recordemos una vez más que es el fin de la era glacial, y que la comida escasea, y que al no comer la energía es poca, los músculos escasos y es casi suicida enredarse en una batalla con un bisonte.
Bien.
El cuidarse de nuestros antepasados genera una reacción en el ADN de estos lobos salvajes. Una hormona del stress que los mantiene químicamente alejados, a salvo. Si se acercan demasiado, esta hormona hace que todo su sistema nervioso se alerte. Así pasan algunos siglos y de pronto ocurre una mutación genética y comienzan a nacer lobos con un bajo contenido de esta hormona. Este nuevo grupo de lobos comienza a acercarse un poco más a los humanos. Un día uno de ellos se separa de la manada y se queda mirando a los ojos a uno de estos hombres, que está comiendo. Los separan dos pasos. Ese "extraño animal de dos patas" entonces estira su mano y le ofrece un hueso con algo de carne. El lobo se acerca lentamente, lo toma entre sus fauces, se retira unos metros y comienza a comerlo. Mientras mastica lo mira de reojo y con algo de desconfianza aún... pero el placer de tragar la comida lo domina y lo sacia.
Sin saberlo, en aquel instante ambos acaban de realizar un hecho que marcará algunos destinos evolutivos. 
En ese acto queda inaugurada la domesticación.
Ocurre entonces que los lobos con bajo contenido de la hormona del stress se acercan más a los humanos, no arriesgan tanto su vida cazando grandes animales y comen más seguido. Y por ende, se reproducen mucho más que los lobos salvajes.
Estos "lobos domesticados" fueron cada día más dóciles y con los milenios se transformaron en nuestros perros.
Hoy hay perros... pero también hay lobos salvajes. La vida de los lobos no es para nada sencilla. Muchos morirán luego del primer invierno y si sobreviven, les quedarán unos 5 o seis años más.
Rocky está echado al lado de la estufa, tiene un collar con una chapita con un nombre y un número que él no puede ver. Cada tanto escucha a otros, qué como él, le ladran a personas que están del otro lado del vidrio de la ventana. Los escucha pero no los ve. Eso si, a las siete de la tarde irá un gran espacio verde (grande en comparación al patio en el que pasa la mayor parte del día) y por supuesto, saldrá atado. Pero a veces lo sueltan... y esto le permite sentirse lobo por un rato, solo por un rato, luego debe volver. No hay nada que cazar en el parque y el humano que administra la comida pone como condición el uso de la correa y la vida en el patio. El patio que está en la casa rodeado de paredes. Será compañía y hará de guardián. Es la condición para recibir alimento regularmente y muchas vacunas y medicamentos que lo cuidarán de enfermedades, la mayoría producidas por su sedentarismo. 
Rocky vivirá muchos años. El doble o el triple que sus ancestros salvajes. Años de evolución fijaron las condiciones. La transición fue difícil.
La convivencia entre aquellos primeros lobos con bajo contenido de hormona de stress y los humanos tuvo sus ajustes. Aquellos que eran más amables y más sumisos recibían el mejor trato. A otros en cambio, cada tanto los llamaba la sangre de lobo, al oir un lejano aullido en las noches y entonces, por instinto, mordían la mano de quien los alimentaba. Estos eran sacrificados. Por eso, Rocky llega hasta ese patio luego de una rigurosa selección y un estricto adoctrinamiento. Y esa información ya está en su sangre.
La seguridad y el confort tienen un precio. Es muy lindo vivir en la naturaleza, lejos de todo, en estado salvaje, pero… ¿Qué pasa si te golpeás la cabeza? ¿Sabés a cuántos kilómetros está el tomógrafo computado más cercano? ¿Tenés un auto para llegar y una obra social?
Mi vecino me sigue explicando el futuro del palo de treinta centímetros que será un roble. Los robles alcanzan su madurez a los doscientos años y hay especies que llegan a vivir hasta 1600. Se adaptan bastante medio ambiente y por esto hay robles en todas partes del mundo.
Mientras me agacho a ver un imperceptible brote que mi vecino me señala con orgullo en aquel palo, pienso en los millones de robles que debe de haber por todo el mundo e imagino que sería un buen plan conocerlos. Pienso también que no estaría nada mal plantar algunos... pero por supuesto, manteniendo la prudencia y las distancias necesarias para no tentarse con detenerse en el camino, para verlos crecer.

"CANTOR"  del pintor argentino Mario Mollari.
El lobo comparte el canto a la luna... pero como lobo y como salvaje
(y después se va a su mundo)
www.mariomollari.com



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LA MALA HOSTIA DE LOS DIOSES 
( O LA REIVINDICACION DE LOS HEROES )
Todo hombre ha tenido una pelea alguna vez en su vida
Peleas de puño digo.
Los chicos del barrio estaban en círculo alrededor nuestro. Aún hoy no puedo recordar el motivo por el que me tenía que pelear con aquel muchacho dos o tres años mas grande que yo y que me llevaba mas de una cabeza de alto. Dos o tres años cuando tenés 10 es mucho. Pues bien, vaya a saber uno porqué, el asunto es que ahí estaba yo y enfrente estaba él. El muchacho más temerario del barrio. El más listo, ése por el cual suspiraba la chica que a todos nos gustaba. Ese que nunca parecía tener miedo.
En la antigüedad a estos hombres se los llamaba héroes. Y solían obtener el favor de los dioses siempre y cuando no cometieran hibris. Hibris puede traducirse como desmesura. El hombre que comete hibris ha demostrado con sus actos que desea más de lo que el destino y el universo le ha asignado. Y esto a los dioses no les gusta nada. No importa si con esas acciones los héroes han logrado salvar muchas vidas o han conquistado tierras que antes eran de los infieles para los dioses… no: A los dioses les interesa dejar bien en claro que ellos son los poderosos y que ningún mortal puede ser ni tan afortunado ni tan valiente ni puede trastocar el órden del universo.
Los dioses miran a la humanidad al ras. Cuando alguien sobresale, lo fulminan con sus rayos. Pero los dioses también son perversos y como dice un viejo proverbio: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Por eso, a algunos les perdonan en principio la vida para que los demás mortales vean su progresiva destrucción, y sepan cuales son los límites que no hay que cruzar. 
Así dicen que le ocurrió al valiente y astuto Ulises quien, luego de luchar durante 10 años en Troya y convertirse en el mayor héroe de la historia, fue puesto otra vez en su lugar de mortal raso, cuando quiso regresar a sus hogar. Era un viaje de apenas unos días pero los  dioses le hicieron tardar otros 10 años, enredándolo en aventuras con sirenas, cíclopes y haciéndolo desembarca en la isla de la diosa Circe, quien convierte a la mitad de su tripulación en cerdos y para dejarlo ir le exige que se queden un tiempo viviendo con ella. Y una vez por fin en su tierra Ulises debió disfrazarse de mendigo para echar a los pretendientes de su mujer Penélope, quien estaba a punto de casarse ya que a nuestro héroe, todos lo daban por muerto.  Al parecer finalmente hubo un final feliz. Pero no. Volvamos a la isla de la diosa y hechicera Circe. En el tiempo que estuvieron en la isla,  Circe se enamoró de Ulises y tuvo tres hijos con él. El menor se llamaba Telégono. Cuando Telégono creció Circe lo envío a buscar a su padre Ulises que se encontraba tranquilo en Itaca con su esposa Penélope. Los dioses consideraron que ya era el tiempo de cerrar el círculo sobre Ulises y ocurre que en un confuso episodio Telégono mata por error a su padre.
Telégono  apenado vuelve a la isla de Circe. 
En su barco lleva:
- El cuerpo de su padre (Ulises)  
- A la reciente viuda (Penélope) 
- Y al hijo que ella tuvo con Ulises, (Telémaco), o sea, su "medio" hermano.
Circe, en un esfuerzo por disculparse, por el involuntario asesinato que cometió su hijo, convierte en inmortales a Penélope y a Telémaco.
Y ahí los dioses dan la puntada final, aquello por lo que Ulises no viviría jamás en paz ni muerto como estaba: Telégono desposa a Penélope (la mujer de su padre) y Circe se casa con Telémaco (el hijo de su amante).
Raro fue que los dioses no revivieran a Ulises para que viera todo esto.
El castigo que los dioses emprenden contra quienes han cometido pecado de hibris es llamado la némesis. Némesis es la diosa griega de la venganza pero también de la justicia retributiva, la solidaridad, el equilibrio y la fortuna. Pero lo más curioso es cuál es su equivalente romana: la diosa Invidia… o Envidia. Envidia, es más puntual: personifica la venganza y los celos
¿Y si el motor de la venganza de los dioses fuera la envidia? ¿En algún punto se sentirán menos que los héroes? A fin y al cabo echar un rayo que todo lo destruye sobre una ciudad…¿Es ser épico o apenas un caprichoso? ¿Pueden los dioses ser catalogados de  valientes siendo inmortales? No sentirán envidia  al ver armar a un mortal una astuta estrategia para llevar a un ejército en desventaja numérica a triunfar en una batalla? ¿Y no será por eso tan exagerado el castigo?
Es muy posible que los dioses no soporten ver como algunos hombres y mujeres toman decisiones que los llevan más allá de lo que les tenía asignado el destino para su monótona y oscura y rutinaria vida.
¿Y por qué el héroe se anima a ser héroe?
¿Sólo porque es valiente, porque es preso de sus propios impulsos y de sus pasiones más exageradas?
No. El héroe es héroe porque cree en el destino. Porque confía en que haga lo que haga no dejará este mundo ni un segundo antes ni un segundo después de lo que el universo ha determinado para su vida. El héroe sabe que el hilo de la vida le pertenece más allá de lo que decidan los dioses. Es un asunto entre ellos y el universo. El héroe es el verdadero devoto del destino.
¿Y qué pasa con nosotros si es que el destino es uno, y al parecer nuestra suerte está echada apenas ponemos un pie en este planeta?
Tenemos dos opciones:
a)    Somos héroes en busca de grandes y épicas aventuras y nos exponemos, (en caso de triunfar) al castigo de los dioses
b)     Nos dormimos en una existencia  predecible y “segura”.
Y ahí estaba yo enfrente al héroe del barrio en un terreno que habíamos limpiado en el verano y que ahora usábamos como cancha de fútbol. Recuerdo que todos alentaban a la pelea como si fuera un circo romano, como en las películas de Macistes, esas que pasaban los sábados en la tele. Obviamente yo no era un gladiador: venía de hacer las compras y había dejado mi bicicleta y la bolsa con los mandados detrás de mi.
Gritaban, no se que, pero gritaban. Entonces el héroe se envalentonó aún mas y me invitó a levantar mi guardia
Me puse en posición. Traté de imitar a los boxeadores que había visto en la tele, levanté un puño. Y cuando estaba levantando el otro, de repente, todo se hizo negro.
Lo siguiente que vi fueron los pedales de mi bicicleta. Ahí había ido a dar con mi cara.
Entre el zumbido de mis oídos, podía otra vez oir a todos gritar.
Me levanté como pude, y manoteé la bolsa de los mandados que chorreaba la leche. Al parecer con la caída había roto una de aquellas botellas color caramelo.
Me subí a la bicicleta e intente pedalear. No pude. Me bajé, la tomé por el manubrio y sin mirar atrás me alejé. De repente todo se hizo silencio y solo escuchaba al héroe que me gritaba algo. Algo que en mi aturdimiento, no llegaba a entender
Había sido la primera vez que alguien lo había enfrentado.
Nadie jamás me volvió a buscar pelea en el barrio, sin embargo desde ese día todos quisieron enfrentar al grandulón.
El tipo se había metido en problemas.
Unos meses más tarde su madre murió de repente y sentí un incómodo pudor mezclado con algo de culpa.
Hoy entiendo que los dioses me habían utilizado.
El héroe sin embargo, se levantó y años más tarde escribió uno de los éxitos más grandes de la televisión argentina. Y además se casó con una bonita e inteligente actriz.
Lo que aún no puedo recordar es porque debíamos tomarnos a golpes aquella fría tarde de otoño en la canchita del barrio Parque.






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LOS CAMINOS DEL GRAN ARQUITECTO

Quería vivir en un lugar que tuviera playas. Y encontré uno en el que además había termas y campo. Era el sitio perfecto para ese período de mi vida en el cual necesitaba acomodar algunas ideas y otros tantos sentimientos. 
Las aguas de las termas suelen tener una temperatura cercana a la corporal. Esto produce que uno se sienta “in útero”, aunque sea por unos pocos minutos. Creo que inconscientemente, ésta es la propiedad que más atrae. No son las sales, ni los minerales, ni los chorros de hidromasaje… La verdadera curación se da por estar por unos instantes navegando otra vez por un líquido amniótico, recordando en nuestras células esos tiempos ancestrales de alojamiento y comida libres.
Tarde de termas. Una mujer de unos setenta años cruza por el parque lejos de los caminos trazados. Va hacia un par de reposeras verdes y amarillas que deberían ser las suyas. De pronto tropieza y cae absolutamente desparramada sobre el pasto. La canasta que lleva queda tumbada a unos metros y de ella salen rodando unas naranjas. Su marido, que iba por el correcto sendero de cemento, al verla caer se acerca rápido, la levanta y  le dice en voz alta entre el reto y la sonrisa: “¿Para qué habrán hechos los caminos, eh? ¿Para que vos cruces por donde se te antoja y encima te caigas mujer? ¿Pudiste haberte roto un hueso? ¡Déjame verte esa mano!!”... y bla bla bla
Sin embargo, si uno miraba bien, su decisión de cruzar por el parque no había sido caprichosa: Para ir "correctamente" desde donde ella estaba hasta dónde quería llegar, había un sendero de cemento en forma de exagerada e inútil “Z”. En cambio yendo en línea recta por el pasto el recorrido era muchísimo más corto. En resumen, había elegido el camino que sus ganas del momento le marcaron. Seguramente se paró en el origen, miró hacia el destino y trazó una imaginaria línea recta entre uno y otro. O quizás hasta quería pisar el pasto y sentir el fresco de la tierra. No importa…  el tema es que fue "castigada": se cayó y  recibió un sermón por haberse desviado de la ruta marcada.
Una vez, siendo yo muy joven, fui a una fiesta y a los pocos segundos de entrar quedé deslumbrado por una mujer. Tenía  un breve vestido rojo y a la vista era sin duda la más bonita en aquel lugar. De a poco me fui acercando y mezclada con la música, empecé a escuchar su voz. Hablaba con un grupo de tres personas pero yo no conocía a ninguna de las tres. Mi timidez me hacía imposible sumarme a esa charla. Sin embargo, podía oir lo que decía con bastante claridad. Al parecer ella era una arquitecta y estaba hablando de un encumbrado profesor que un día les contó la siguiente historia: “ … y entonces el Gran Arquitecto planificó un gigantesco complejo de edificios y por fin llegó el día en que presentó su maqueta. Estaba tapada bajo un gran lienzo. Antes de mostrarla contó cómo había nacido la idea del proyecto, explicó cómo y de qué manera se disminuiría el impacto ambiental en la zona de construcción, describió cómo se iba a financiar, y reveló además el detalle de cada una de las etapas en que se llevaría adelante la obra. Hubo aplausos, un brindis y luego, todos fueron a rodear la maqueta. Entonces le quitó el paño que la cubría. Se veían todos los edificios perfectamente parodiados en madera sobre un gran parque verde. Hubo otro aplauso. Muchos lo acompañaron con movimientos de aprobación con la cabeza mientras ponían el labio de abajo levemente sobre el de arriba. En el medio de esa euforia estática había un muchacho que daba vueltas alrededor de la maqueta. Parecía buscar “algo”. Finalmente se acerca al Gran Arquitecto y le pregunta: “Disculpe, pero no veo los caminos que salen y entran desde el complejo a la calle. Tampoco están marcados los senderos entre los edificios.”
Todo el mundo entonces miró la maqueta. Y luego, casi al unísono, lo observaron al Gran Arquitecto. Este hizo una pausa dramática y dejó su copa de champagne. Parecía como si todo hubiese estado preparado y la pregunta del muchacho hubiera sido el pie para que el Gran Arquitecto comenzara con la siguiente disertación: “Los caminos no están”, dijo con voz clara y serena, “porque los harán quienes vivan allí ¿Ustedes se preguntarán cómo? No se si han visto, pero hemos puesto un parque alrededor. Pues bien, cuando los vecinos se muden al complejo empezarán a moverse hacia la calle para salir, y también caminarán entre los edificios, para visitar a sus otros vecinos. Entonces, luego de unas semanas, el parque quedará cruzado y claramente marcado por las huellas de los senderos que usaron para moverse. Y sin duda, esos serán los caminos más prácticos, los más directos, y los que usarán. Es inútil hacerlos antes. Cuando el complejo esté vivo, ellos nos dirán por donde quieren ir. Entonces si, sobre sus huellas, les construiremos los caminos”
Por un momento dejé de mirarle las piernas: era la chica más bonita de la fiesta, si, pero acababa de seducirme con su historia.
Mientras la señora colocaba la última naranja en la canasta pensé en muchas cosas:
El que diseña los caminos... ¿Los usa? ¿A quién le conviene que hagas una “Z” en vez de una línea recta para ir del vestuario al solárium? ¿Y qué tiene de seductor un camino liso, parejo y señalizado?¿Por qué es “por aquí” y no es “por allá”?
Al ver la forma tortuosa de muchos caminos por los que tenemos que circular casi a diario, es evidente que nadie nos ha preguntado por donde nos gustaría ir. Nadie se ha fijado por dónde sentimos el placer de andar,  ni nadie se preocupa por hacernos un atajo cuando lo necesitamos.
Pero los caminos no son el verdadero inconveniente. El Enorme problema es La Gran Autopista que contiene a todos los caminos, a todos los senderos, a todas las vías y a todas las rutas.
Por la Gran Autopista es por donde "hay que ir" porque está perfectamente señalizada. Quien se aparte, lo hará a su riesgo.  
Esta Gran Ruta tiene entre otras cosas peajes, servicio de ayuda al viajero, y unos carriles para los que van lento y otros para los que van rápido. 
A veces hay quienes piensan que hacen una revolución porque se meten a 50 kilómetros por hora en la vía para 100. Sienten que "frenan” al mundo mientras además ponen un emoticón enojado en una red social... y así manifiestan su gran encono contra el sistema. 
Pero lo cierto es que aún en su mayor indignación, no abandonan la Gran Autopista, porque dejarla da miedo… 
“¡Para que voy a salir si ya lo hicieron otros! Yo me quedo en la autopista, eso si, mientras tanto, leo los libros de los que anduvieron por afuera, rezo sus salmos, medito con sus mantras, me hago una remera con su cara, ¡Y ya está!!! Obvio que siento culpa, pero decime la verdad... Si yo me saliera de la autopista… ¿No habría sido en vano su sacrificio?”
Debía de haber un atajo, pensé, para llegar a esa chica del vestido rojo que contaba historias de caminos.  En un momento se alejó del grupo. Iba sola a la mesa de las bebidas. Me di cuenta de que yo tenía una ventaja: Aparentemente yo no la conocía, pero "sí" la “conocía”,  y ella… no sabía que yo la “conocía”. No debía usar ningún camino seguro. Sabía que no le gustaban. Entonces, tomé aire, me acerqué y le dije: “Hola. Solo quería que supieras que me gustas, que me encantó la historia del Gran Arquitecto y que si este preciso instante me pidieras de salir conmigo… te juro que te diría que si... ¡sin pensarlo siquiera!!”
Sonrió. 
El factor sorpresa había funcionado. Bajó la vista hacia la copa y rápidamente volvió a mirarme  a los ojos. Y entonces, luego de un par de segundos que me parecieron una eternidad, dijo lo más genial que podía haber dicho en aquel instante: “Me llamo Victoria”
Pasaron ya 30 años de aquella fiesta. Mientras escribía esta crónica llamé a  Victoria para preguntarle si recordaba cual era el nombre del Gran Arquitecto. Pensó unos segundos pero no hubo caso… se le había olvidado. Me preguntó entonces por nuestra hija, y le dije que ella estaba muy entusiasmada preparando el viaje a Madrid para ir a verla en navidad.
-        -  Ponle abrigos que aquí está haciendo mucho frío, Mondo.
-        -  Claro que si mujer, claro que si…

Y allí estábamos a diez mil kilómetros, recordando al Gran Arquitecto, y a aquella bonita fiesta... 
Y entonces pienso que quizás, al final de todas las vidas solo las huellas son el camino.



"LA AUTOPISTA SIN FIN"
cuadro pintado por Robert Allen Zimmerman,
también conocido como Bob Dylan



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JULIO VERNE,  UN VIAJE EN EL TIEMPO, Y EL DESAMOR

Mudarse  al medio del campo suele tener algunas consecuencias. Por ejemplo, que el correo jamás te llegue porque las calles aún no tienen nombre.  Ocurrirá entonces que cuando pasás a saludar cada dos meses a tus antiguos vecinos por el que era tu barrio, alguien siempre te esperará con un pilón de cartas en el cual nunca faltara una que diga “urgente”.
Así llegué al Banco a preguntar por una moderada intimación a un impuesto no pagado. Cuando uno está allí debe abstenerse de internet. Ante al primer amague de querer mirar la pantalla los atentos guardias de seguridad nos harán un gesto desde lejos. 
Es raro, pero es así. En ese lugar en donde dominan los fríos números, estamos libres de la Gran conexión, listos para mirarnos para adentro, como si corriéramos desnudos por una verde pradera, pero parados en una cola, quietos y rodeados de cámaras.
Pensé entonces en mi ídolo de la niñez: Julio Verne, el novelista que describió con llamativa exactitud a mediados del siglo 19, muchas de las elementos que hoy usamos para vivir, como por ejemplo la internet. Y no solo eso, ha relatado “hechos”, como el viaje del hombre a la luna, con una llamativa fidelidad de detalles, un siglo antes de que la apolo 11 saliera a toda marcha de Cabo Cañaveral con Amstrong, Aldrin y Collins.
Cuando yo era un niño no existía wikipedia, porque no existía internet y porque no se habían inventado las computadoras... entonces si querías saber algo había que ir a las bibliotecas y pedir un libro que hablase de tal asunto. El bibliotecario ponía entonces cara de estar calculando algo y se marchaba volviendo, no con uno, si no con cinco libros.  
En aquellos días, el tiempo sobraba, era esponjoso, lo podías apretar fuerte cuando querías hacer una casa en el árbol pero después había que soltarlo y se hacía eterno como cuando íbamos a visitar a la Tía Luz para jugar a la canasta toda la tarde del domingo. 
En esos cinco libros conocí varias versiones de la vida de Julio Verne. Y en todos me llamaba la atención un pasaje muy interesante y poco conocido de su vida: A los once años, o sea a la misma edad que yo tenía ese día en aquella biblioteca, el pequeño Julio compra, con una plata que tenía ahorrada, un contrato de grumete para viajar a la India. La excusa  era que iba para comprarle un collar de perlas auténticas a su prima Carolina Tromson, una niña de la cual Julio estaba absolutamente enamorado, pero en secreto.
Cuatro libros decían que Pedro Verne, su padre, lo alcanzó antes de subir al barco, lo llevó de una oreja hasta su cuarto y allí le hizo prometer que no viajaría más que en sus sueños. Pero había un libro, uno de tapas azules, que daba una versión distinta a los demás. Decía que Julio en efecto, había logrado subir al barco y que se hizo a la mar y que su padre recién logró alcanzarlo a mitad de camino en algún puerto del sur de Africa.  
A mi siempre me gustó creer esta ultima historia. Pero además tenía mi versión de los hechos: Antes de ser alcanzado por Don Pedro,  y cuando el barco se detuvo en algún remoto puerto en tierras africanas para abastecerse, el joven Julio aprovechó para internarse en la selva y conoció algo extraordinario: Un portal. Un portal que lo llevó al futuro. Y así vivió unos días en los finales de los sesentas con la llegada del hombre a la luna, Vietnam y Bob Dylan. Cuando volvió del portal, como era mágico, solo habían pasado en su mundo apenas unos pocos minutos. Regresó al barco siguiendo el sonido de la campana del marinero Jonston que la batía con fuerza en cubierta llamando a la cena a todos aquellos que, como el pequeño Julio, habían bajado a tierra.
A vistas de lo que Julio describió luego en sus novelas yo puedo asegurar, sin lugar a dudas, que su viaje y el portal existieron.
Julio se demoró muchos años en escribir sobre aquello. Mientras tanto su prima Carolina se casó y eso lo devastó… Es el resultado de la ecuación de amar a alguien en silencio... La amada no se entera jamás y un día llega un "don nadie" que en un minuto le dice exactamente lo que nosotros nunca nos animamos a confesarle. Quizás si Julio no hubiese seguido el designio paterno de ser un abogado y hubiese escrito sobre el portal, Carolina hubiera visto en él al hombre de su vida. O no.
Julio tenía 28 y era un gris corredor de bolsa. Había escritos algunos sonetos y una tragedia en verso, tal vez para despistar el destino. Entonces se decidió y salió con todo. Escribió  una novela llamada precisamente “Paris siglo XX” que contenía casi todos los elementos que le habían si revelados en el portal mágico. El manuscrito fue sistemáticamente rechazado por todos los editores. Era un disparate imaginar una ciudad con rascacielos vidriados, autos a gas, calculadoras científicas, trenes de alta velocidad y un telégrafo mundial que uniera a todas las personas del mundo, como hoy lo hace internet. Además el jóven protagonista, aún con todo ese mundo a su disposición, se sentía insatisfecho y pesimista.
“Muchas gracias señor Verne por habernos acercado su novela pero sepa usted  que el género de la ciencia ficción aún no existe y en todo caso, si existiera debiera ser para que la gente sea feliz. Por cierto: ¿No tiene algo de aventuras, que tan bien se lleva por estos días? Salúdole a usted muy atentamente. El editor.”
Supo entonces que debía ir de a poco, que debía dosificar aquello que le había revelado y decidió escribir por supuesto, una de aventuras. Se llamó “Cinco semanas en globo”. Ese manuscrito recorre todas las editoriales de Paris hasta que llega a manos de un joven y atrevido editor llamado Pierre Jules Hetzel que luego de leerlo, se queda pensando unos segundos mientras mueve la cabeza afirmativamente, enciende su pipa y va hasta su escritorio. Entonces saca su pluma, un papel y un tintero y pergeña un contrato de veinte años durante el cual Julio debería entregarle cuarenta novelas. “Cinco semanas en globo” se convierte en un éxito mundial sin precedentes y Julio deja la bolsa. Escribirá unas sesenta y cinco novelas, vienticinco más que las pactadas, entregando en dosis homeopáticas todo aquello que le había sido revelado en el portal. 
Julio era exitoso se había casado con una joven viuda de una familia adinerada de Paris y solían invitarlo a las pomposas fiestas del Paris de aquellos años. 
Pero Carolina se había casado con otro.
La ruta de la vida está llena de cruces de caminos. Y a medida que pasan los años uno debe elegir. Elegir por ejemplo, en que va a creer. Vivir ya de por si es mágico pero tapamos esa magia con la rutina y el sin sentido de rituales como el reconocer como real que un papel con números llamado billete puede comprar nuestro tiempo... el tiempo, el único tesoro propio del que disponemos entre el nacimiento y el inevitable fin.
Estoy en la cola de un Banco pensando en Julio Verne y en aquel portal y a nadie allí le llama la atención el sol que entra y se refleja en la cara de un bebe que entrecierra los ojos y cree ver puntitos que flotan en el aire… y los quiere agarrar… y se rie... y yo también 
ILUSTRACION DE LORENZO PETRANTONI
Diseñador Gráfico nacido en 1970 en Génova.
Su fascinación es ilustrar personajes del siglo 19


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DE MUDANZAS Y OLVIDOS
Para dejar una casa primero tenemos que vaciarla. Y recién al vaciarla notaremos que ciertas cosas no han sido tocadas en años. O sea, caemos en la cuenta de que ha habido un espacio ocupado por elementos que eran absolutamente imprescindibles para nuestra vida cotidiana. Esto es, claro, desde el punto de vista económicamente productivo del rendimiento y la optimización del etcétera. Porque hay cosas que “si” ocupan lugar y que pueden no ser invocados en años… cosas como los recuerdos.
En una de mis innumerables mudanzas encontré una caja de cartón en una baulera. Debería llevar unos diez años allí sin ser abierta, ni notada. Adentro había facturas de impuestos pagos, muchas, de todo tipo, con el sello del banco, facturas y más facturas,  y de repente… una carta. Evidentemente la había guardado allí porque era muy íntima e importante… y porque seguramente, no me resignaba a deshacerme de ella. Sin fecha, sin firma, estaba escrita a mano. Comencé a leerla. Era de una mujer y me hablaba a mi. Estaba molesta. La relación había sido intensa, habíamos sufrido mucho y lo habíamos intentado de mil maneras y no nos resignábamos a un final ¿Qué hacer entonces? Había que tomar una decisión. Tenía tres páginas y cuando la terminé de leer hice un descubrimiento sorprendente: No podía saber de quién se trataba.
En 1912 el escritor Conrado Nalé Roxlo,  tenía 14 años. (*) Se enamora entonces de una niña. Este amor no fue correspondido. El mundo entonces se le puso oscuro. Como diría Dylan unos años después: “Esa nube negra y fría está bajando, siento como si yo estuviera tocando las puertas del cielo”. Y con ese ánimo decidió que debía quitarse la vida. Empieza entonces a analizar opciones. Unos meses antes un tio suyo había muerto ahogado. Ese hecho lo había impresionado mucho y pensaba en ello todo el tiempo ¿Cómo habría sucedido si era un excelente nadador? ¿Qué habría sido lo último que pensó? Noches enteras divagaba con esa muerte que quizás jamás olvidaría. Esto le pareció fantástico, porque seguramente a su amor no correspondido le pasaría lo mismo: “jamás olvidaría” su muerte y de esa manera lo recordaría por siempre. Estaba decidido. Le escribe entonces un soneto dejándole en claro que acabaría con su vida por su culpa (la de ella). Había entonces que elegir un lugar. Debía ser de paso obligado para los porteños, con un halo de romanticismo de domingo por la tarde, un lugar en el que cada vez que ella pasase por allí, viera a su espíritu vagando con su corazón en la mano. Conocía uno. El lago de Palermo. Solía ir allí de picnic con sus primos y mientras jugaba miraba con envidia a las parejitas de enamorados que se susurraban cosas al oído. “Un día yo seré uno de ellos” pensaba entonces. Sin embargo ahora sabía que jamás nadie escucharía sus versos enamorados en aquel lugar del que pronto partiría del mundo. Cuentan las crónicas  que esa noche decidió no dormir y la pasó de café en café y llegada la madrugada se acercó al lugar elegido para el gran final. Tomó una rama para ver la profundidad,  pero por más que busco y buscó en ninguna parte el agua  llegaba a taparle siquiera la cintura. Abatido desistió de morir en ese amanecer. Había otras maneras de irse de este mundo, pero él había elegido esa y en ese lugar por lo que… misión abortada.
Conrado Nalé Roxlo vivió hasta los 73. Curiosamente su primera obra de teatro se llama “La cola de la sirena” y trata de un hombre que se enamora de una sirena, amor imposible si los hay. Pero volvamos a ese amor adolescente y tortuoso. Cuando Conrado Nalé tenía unos cincuenta años le hacen una entrevista. En ella él rememora los hechos de este intento de suicidio por amor. En un momento el entrevistador hace la pregunta que haríamos todos: ¿Y cuál era el nombre de aquella niña? Y para sorpresa incluso del mismo Conrado, por más que se esforzó, no pudo recordarlo.
Amores que ocupan nuestras almas por completo pero que luego se olvidan ¿Es que el amor con la pasión nos hace perder la perspectiva de lo que realmente está sucediendo?
¿Qué es lo real?
¿Qué es la pasión?
¿Qué es el amor?
¿Pueden existir estas tres percepciones por separado?
En la “realidad” el “amor” es un contrato que suele estar ligados a proyectos calculados para una vida de unos 75 años: Una casa, hijos, un perro, electrodomésticos en cuotas, macetas y algo de sexo dosificado para que no altere demasiado lo cotidiano.
El “amor” con la “pasión” suele convertirse en un barco con el timón roto que puede perderse en la inmensidad del océano o termina contra un arrecife.
Pero el conflicto mayor es cuando cruzamos a la “realidad” con la “pasión”. Personalmente me atrevo a asegurar que son absolutamente incompatibles. No hay situación de la realidad que pueda soportar a la pasión. El redondo no encaja en el cuadrado y eso lo sabemos desde el jardín de infantes, pero apagamos esa percepción cuando nos educamos primero y luego cuando formalizamos en cumplir las normas para no andar tirado todo el día al sol como el filósofo cínico Diógenes de Sínope que se masturbaba en la plaza pública. “¡Ey! ¿Pero que está  haciendo usted?”, le decían, a lo que Diógenes contestaba: “Si frotándome la panza se me pasara el hambre y usted me viera, seguramente no me diría nada”
Muchos dicen que la pasión es un impulso que llega sin buscarlo, y que es un fenómeno que se repetirá muchas veces en nuestras vidas.
No lo creo así. Creo que hay un momento en el que uno elige: vive con pasión o se pasa la semana pensando las cuatro verdades que le va a cantar en la reunión de consorcio al del cuarto B.
Con la misma pasión con que quiso quitarse la vida, Conrado luego escribió y se volvió a enamorar, y se incendió seguramente en su propio fuego en las madrugadas en que volvían con Roberto Arlt discutiendo sobre quien salvaría al mundo, las rameras o el Papa. Iban despreocupados por la avenida Rivadavia sabiendo que no dormirían nada antes de llegar a sus trabajos del mundo “real”.  Arlt, con ese mechón de pelo sobre la frente con el que le demostraba su total desacuerdo al mundo y Conrado, elegante de polainas chambergo y bastón de caña.
¿Y vendrá dentro la misma pasión, como un ingrediente oculto, el olvido de aquella mujer que nos quitó el sueño y pudo habernos quitado también de este lío de la vida?
Pero tal vez sea otra cosa ¿Y si hay una correspondencia cósmica, y la terrible realidad es que nosotros también fuimos olvidados?
Hoy todo cambió. Con el cruel cibermundo es imposible no recordar los nombres. Uno apenas puede dejar de “ser amigo” o “bloquear” a una persona con la que ha tenido algo que no funcionó. Pero  ya hemos caído en la trampa  y es tarde: nos recordarán al objeto del olvido implacablemente en publicaciones de eventos y cumpleaños y en fotos de los amigos de los amigos.
¿Y qué pasa con aquellas personas con las que nos hemos atravesado de lado a lado con una lanza de fuego que no termina de apagarse?
El cibermundo es brutal en esos casos.
Asistimos al obsceno final de la intimidad.
Ya no somos dueños del olvido, ni de los puntos finales.
Ya no podemos recordarnos ardiendo en ese último fuego, en esa cama, en esa noche en la que nadie nos dijo que iba a ser la última.

Entonces, quemé la carta.

Cuadro de Roeland Kneepkens, excelente pintor holandés nacido en 1978.
Le encanta recrear los climas y atmósferas del siglo 19 y comienzos de siglo 20.
Me gustan los gestos tomados en el momento preciso de cada personaje que pinta.
Les dejo su página http://www.roelandkneepkens.com/ 

(*) NOTA: 
La historia de Conrado Nalé Roxlo la leí en el muy buen libro “Romances turbulentos de la historia argentina” de Daniel Balmaceda.

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ATILA Y LAS COTIDIANAS MURALLAS
Ese día amaneció con mucha niebla. Apenas se podía ver con claridad a unos pocos metros alrededor. Yo tenía que cruzar el campo para  encontrarme con mi amigo Mario, con quien estábamos haciendo una construcción sustentable. O sea, una casa de adobe que llevaba desde barro y troncos hasta botellas y cañas y que incluía hasta un parabrisas rajado como tragaluz. Una manera flexible de edificar que va a contramano del estilo rígido y predeterminado del cemento y el hierro de las ciudades. Además, con el adobe uno tiene la libertad de darle forma a un hogar con sus manos.  
Yo iba en mi moto por un camino de tierra. A los costados no se llegaba a ver nada del gran campo que estaba cruzando. Manejaba muy lento y muy atento. De repente, de frente veo una figura emergiendo de la niebla que pronto toma la forma de una vaca. Iba por el medio del estrecho camino así que me detuve, me puse a un costado y por las dudas apagué el motor para no asustarla. Pasó a mi lado, creo que sin notarme siquiera y se perdió otra vez en la niebla. 
Y entonces, frente a mí, apareció una de las imágenes más asombrosas y fantasmagóricas que vi en mi vida. De la pared de neblina empezaron a salir más y más siluetas que de a poco también se transformaban en vacas. Iban en silencio y me pasaban a centímetros. Enormes animales emergían de la nada y solo se escuchaba el sonido el de sus pezuñas sobre la tierra y algún que otro resoplido, nada más. ¿Cuántas serían? Parecían incluso moverse en cámara lenta… 
Me recordé a mi mismo hace apenas un par de años, a esa misma hora de la mañana, y yendo también a trabajar. Éramos una multitud intentando subir al subte, empujando cuerpos contra cuerpos para que la puerta se cerrara y pudiera arrancar otra vez. Y así llegábamos hasta la otra estación y sin que nadie bajara, entraban otras tantas personas en donde ya no había lugar. Esto sucedía estación tras estación, día tras día y semana tras semanas. Era un ciclo tortuoso que se instalaba en lo profundo de nuestras células para que el cuerpo se adormeciera… para que lo cotidiano no doliera tanto… para terminar siendo, de alguna manera, adictos a esa rutina.
 Y es que las ciudades están diseñadas para comprimir a la gente de una manera tal, que luego sientan terror a sentirse solos e inseguros ante la inmensidad del planeta
¿Cómo llegamos a vivir en ciudades? Los humanos se empezaron a juntar por miedo ¿Por qué? "Afuera hay un peligro. Están los “bárbaros”. Está Atila, el azote de Dios, el más cruel y perverso." 
La existencia del rey huno provocó que los habitantes del imperio romano se metieran dentro de las murallas de las ciudades y así pagaran por su seguridad. En esos años el imperio estaba derrumbándose y necesitaba recaudar. Entonces…  ¿Qué mejor que un “Atila” para convencer a todos de no asomar las narices afuera y tributar de manera dócil y hasta agradecida? Pero realmente… ¿Cuánto tenía de salvaje y despiadado y cuánto era leyenda útil para el marketing del miedo?
Si revisamos la historia notaremos algo bastante curioso: los únicos datos que hay de “Atila” fueron justamente aportados por los romanos ya que (oh) los hunos no han dejado registro escrito de su historia (oh). El historiador romano Prisco, que estuvo un tiempo como embajador viviendo entre los hunos, nos habla por ejemplo, del ascetismo de Atila que comía y bebía con utensillos de madera mientras que a sus invitados les servía en vajilla de oro y plata. Cuenta también que hablaba por lo menos griego y latín. Y qué este último idioma incluso lo escribía. De sus crónicas podemos deducir que Prisco terminó admirando al temido cruel y perverso rey. Incluso contó que varios romanos que habían sido tomados como prisioneros, cuando al fin consiguieron que se pagara por su libertad, eligieron quedarse a vivir entre los hunos, los terribles bárbaros, y no volver al imperio, la civilización.  Cabe aclarar que la palabra “bárbaro” se utilizaba para todo aquel que viviera fuera de los dominios romanos. No importa si estaban en China o en el planeta Marte… todos fuera del imperio, eran “bárbaros”.
Las grandes ciudades del imperio como Constantinopla, construían murallas y luego “negociaban” las invasiones con esos bárbaros. Pero… ¿Y si hubiese sido al revés? ¿Si “negociaban” las invasiones para poder construir murallas? Y por supuesto, para construir murallas era necesario recaudar y para recaudar debían de haber contribuyentes atemorizados dentro de las murallas y para que haya contribuyentes atemorizados dentro de las murallas era necesario un…  ¡“Atila, el azote de Dios”!!!
Se cuenta que habiendo llegado Atila a las orillas del río Po y estando a una hora y media en auto de Ravenna, la ciudad central del imperio en esos tiempos, “Atila” realiza una extraña retirada luego de entrevistarse con una comitiva en la que estaba, entre otros, el Papa León I. O sea que luego de llegar desde las estepas de Asia Menor a filo de espada y sangre, se detiene justo justo a unos pocos kilómetros del corazón de su enemigo. La historia oficial cuenta que unos meses después, ya en su palacio cerca del  Danubio, tiene una misteriosa muerte en los días de su boda. Se dice que fue enterrado en un triple sarcófago de oro, plata y hierro, ¿O sea que tenemos el cuerpo de Atila para saber cómo y quién fue realmente? No, porque todos los que participaron de su entierro, fueron ejecutados para mantener en secreto el lugar donde dejaron sus restos ¡Oh! Pero recordemos que según Prisco, Atila al menos escribía latín, pero ¡Oh! No ha dejado nada escrito o sea que el rey que puso en jaque y empujó a la decadencia al poderoso imperio romano, no dejó siquiera una nota de puño y letra contando su epopeya.
La civilización actual reproduce más y más ciudadanos, o sea gente que vive y depende de las ciudades para una existencia segura aunque sea en la marginalidad y la miseria, la cuestión es estar “adentro”. 
Entonces el ciclo de peligro/seguridad/impuesto/muralla se repite como en Constantinopla porque afuera siempre hay un “azote de Dios” que en el siglo 21 se puede manifestar de miles de formas para quienes se “exceden” libremente fuera de sus “murallas”. Puede ser desde un insoportable silencio ausente de internet hasta una epidemia incurable. El desafío de "elige tu propia aventura" podría ser la impenetrable rigidez del cemento o el barro apretado en la mano escurriéndose entre los dedos para hacerte una pared.
Luego de que la última vaca entrara en la espesa neblina todo fue silencio. Era raro, no apareció ni un baqueano, ni un perro… sin embargo, ellas iban decididas hacia algún lado. Estaban perfectamente “educadas”. Ya no necesitaban quien las golpee, ni quien les grite, ni quien les ladre para que anduvieran repitiendo  día tras día, semana tras semana esa rutina, así, casi adormecidas
Iban solas por ese camino… Un camino del cual ya todos conocemos su ineludible y fatal fin.
FRANZ MARC
1880 - 1916
Pintor alemán que enaltecía a los animales y despreciaba a los humanos.
Murió con una esquirla de metralla en su cabeza durante la Primera Guerra Mundial.
Tenía 36 años

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  LOS BOULEVARES, LAS VACAS Y PARIS
Cuando uno llega a un monte virgen y se convierte en uno de sus primeros habitantes puede contemplar la increíble transformación que produce el humano en un hábitat natural. 
En menos de un año y medio, aquello que era un lugar deshabitado y salvaje, ahora tenía varias casas con sus terrenos delimitados por prolijos alambrados y precisos ángulos rectos. Los primeros que notaron el cambio fueron los animales. Al principio, mi casa era la única y al no tener siquiera alambrados fue incorporada como algo más del monte. Por la noche solían pasar las vacas de camino a la laguna por alrededor de la cabaña. Alguna que otra apoyaba incluso su cabeza contra la ventana empañando el vidrio con el soplido de su respiración. Durante un mes que estuve de viaje, dos lechuzas entraron por un ventiluz e hicieron su hogar dentro de mi cabaña. Por las mañanas, apenas salía el sol, grupos de gallinas salvajes (que parecían velociraptors en miniatura) pasaban delante de mi puerta hablando con extraños sonidos entre ellas. Nunca supe de donde venían ni hacia dónde iban. También ocurría que a veces dejaba sobras de comida afuera y por la noche venían las comadrejas y los cuises para hacerse el festín. Pero entonces un lugareño me dijo que eso era muy peligroso. No por las comadrejas ni por los cuises, si no por las víboras. Estas, al descubrir que esos animales se juntaban periódicamente a comer en un lugar preciso, se instalaban silenciosas en las cercanías para devorarlos en algún descuido. Y entonces:… “las va a tener a las víboras siempre alrededor de la casa, ¿vio?  Con usted no se van a meter, pero no es cómodo andar con ellas cerca, uno nunca sabe cuando tienen un día atravesado y son muy venenosas”
Así era el panorama  cuando llegué y era el único habitante, pero pronto empezó el gran desmonte y al mismo tiempo que aparecieron los alambrados, desaparecieron los animales.
Ante nuestro avance como “civilización”, los animales se alejan. Al campo, a la montaña, a la selva o al bosque, no importa. Se alejan, se relajan y se dejan caer de nuevo en la naturaleza. Toman distancia, porque si bien tienen su idea del “territorio” y lo defienden, desconocen el concepto del “alambrado”.  El “territorio” es el lugar natural en donde ellos consiguen todo aquello para la subsistencia, va variando con las migraciones de su alimento o las distintas temporadas de las pasturas y los ríos. El alambrado es algo estático, una imposición de leyes humanas que la naturaleza y el cosmos desconoce, quizás más ligado al temor de perder “algo”.
¿Quizás por eso el hombre se concentra hasta hacinarse en lugares bien delimitados? ¿Será para sentir amparo ante la imposibilidad de demostrarse que puede tener un territorio allí donde vaya?
Pero volvamos a la naturaleza. Luego de desplazar a los animales y a la flora autóctona, el homo sapiens comienza con otra lenta selección: La del humano “que saca” al humano del poblado. Pero no es “cualquier humano” el que expulsa de la ciudad a “cualquier humano”.
Paris, 1852, estamos en los días del Segundo Imperio. El emperador Napoleón III piensa que es necesario realizar un cambio radical en el trazado urbano de Paris. Gran parte de la ciudad tiene un “diseño medieval de calles angostas y serpenteantes”. Generalmente esto ocurre en los barrios en donde están los vecinos de menos recursos. Allí viven hacinados y en condiciones sanitarias que facilitan las epidemias ya que entre otras cosas, deben echar las aguas servidas a las estrechas calles ante la falta de desagües o cualquier otro sistema parecido a una cloaca.
Entonces el emperador se reunió con el funcionario George Haussmann y le dijo de manera tajante: “Hay que limpiar Paris”. Cuentan que acentúo la palabra “limpiar” con un arqueo de cejas a lo cual Haussmann asintió con un asimétrico gesto de su boca.
Haussman tomó un plano de la ciudad y comenzó su trabajo trazando líneas de un lado a otro. Al terminarlo no había quedado ni una “de las serpenteantes y angostas calles medievales”. Tampoco se podían encontrar rastros de los barrios bajos, y menos de sus habitantes quienes habían sido “gentilmente” mudados a la periferia de la ciudad.
La nueva Paris estaba cruzada por amplios y elegantes boulevares, rodeados de árboles, y jardines con bonitas veredas en donde uno podía encontrar los mejores cafés y las tiendas de moda. Además recorriéndolos, uno podía ver una exquisita estructura edilicia que mantenía una armonía en diseño y altura.
Pero este cambio no obedeció nada más  a una segregación encubierta, disfrazada de cuestión estética y sanitaria. No. Napoléon III tenía un motivo oculto. En los años 1830 y 1848 estallaron dos revoluciones en Paris. Durante aquellos eventos el pueblo tomó la capital a golpes de barricadas. En la última hubo unas 1500 y así, con las calles cortadas y tomadas, los “revoltosos” consiguieron paralizar la ciudad para poner en jaque “al poder”.  Y Napoleón III pensó: “Ahora el poder soy yo”. El sabía muy bien que una barricada solo se podía construir físicamente en una calle angosta. Por eso, en la nueva París, las calles deberían ser lo más anchas posibles. Esos boulevares permitirían el rápido movimiento de las tropas imperiales para reprimir a los “potenciales sublevados” que ahora estaban “reubicados” en la periferia de la ciudad. Además estas anchas avenidas estaban conectadas con los ferrocarriles. De esta manera, si las fuerzas del orden parisinas eran superadas, podían llegar en su apoyo y rápidamente por el tren, las tropas de refuerzos del interior de Francia . Era todo perfecto. Un mundo en orden y feliz.
Pero hubo algo que quizás no tuvieron en cuenta ni el emperador, ni Haussman, ni la feliz burguesía que aplaudía a la nueva ciudad: De la misma manera que las tropas se podían mover rápidamente para ir a reprimir a los suburbios, ahora también los habitantes de esos distritos podían acceder fácilmente, por esos mismos boulevares, al centro de París de manera directa y en pocos minutos. O sea, que a la vez, se había abierto un gran canal por el cual podían ir y venir a su gusto aquellos que habían sido marginados por el proyecto Haussmann y Napoleón III.
Si hacemos un paralelo a nuestros días podríamos hacernos una interesante pregunta: ¿No pasó lo mismo con el “proyecto internet”? ¿No es internet el un gran boulevard del siglo 21? 
“Internet”, en principio, fue un elegante y fluído “canal” pensado para el uso de una elite. Pero por ese canal comenzaron a pasar cosas extrañas: Por ejemplo, que un chico toba del Chaco conozca a uno de Madrid y juntos puedan entrar a un salón virtual del museo del Louvre y discutir sobre si la mirada de la Gioconda es más enigmática que su sonrisa. Eso a muchos no les gustó. Y para colmo de males, en poco tiempo ese distinguido boulevard se llenó de millones de habitantes de los suburbios que se movían de forma anárquica y azarosa por sus veredas, cafés, tiendas y plazas
Muchos se preguntaron qué hacer. Alguien sugirió que había que concentrar ese caos para no perder el control. ¿Pero cómo lograr manipular a tantos millones de personas tan dispersas y tan diferentes? ¿Cómo hacer para meterlos dentro de unos alambrados que a la vez no debían desentonar con la arquitectura del Gran Boulevar? 
Entonces alguien desarrolló una idea tan simple como perversa y funcional y así creó… “Las Redes Sociales”.
El nuevo gurú ciber Haussmann profetiza: “Pasearan por el Gran boulevar, si, pero por donde nosotros les digamos. El precio será revelarnos qué piensan, en dónde estuvieron, quienes son sus amigos, que idea política tienen y cuáles son sus deseos… de esta manera, nos será muy fácil domesticarlos y para domesticarlos les brindaremos el poder de indignarse con solo apretar una tecla y  les haremos creer que son verdaderos revolucionarios aún sin poner un pie fuera de sus casas”
Hace unos minutos que amaneció. Es la mejor hora para salir al jardín. Aunque aún yo no he puesto ningún alambrado, tengo la casa rodeada porque heredé los que han colocado mis vecinos que son más prolijos. El único que me falta es el que da a la calle. Justamente allí está él parado: Un gran toro negro. Me mira como calculando algo. Pienso por un instante que sería grandioso que intentara embestirme.

Pero solo me mira. Toma aire profundo, se da vuelta y se va... dejándome absolutamente desamparado en mi jaula.


Boulevard des Capuchines
Pintado por Claude Monet en 1874