EL BAR DE TALES 
(DE MILETO)

Un nuevo bar se acababa de inaugurar en la ciudad. Se llamaba “Tales y cuales”. Fuimos a conocerlo y apenas llegamos notamos algo realmente novedoso para estos tiempos: La música ambiente se hallaba apenas como un fondo, a un volumen tal, que todos podíamos escucharnos y hablar sin la necesidad de recurrir a gritos o a gestos. Pudimos volver al viejo arte de la charla, incluso con pausas y silencios.
En la mesa de al lado están sentados “A” y “B”. Los escucho hablar. Los conozco. “A” le está reprochando algo a “B”. Le dice que si se hubiese esforzado como él, ahora sería dueño de un auto y por ejemplo, esa noche no tendría que pasar frío al volver caminando a su casa… Y le recuerda que además, si habría aceptado aquella vez entrar a trabajar a la oficina con “A”, ya estaría a menos de una década de jubilarse. Se lo dice “porque lo quiere”, aclara. “B” le retruca que no es ningún mérito ir al mismo lugar a repetir una rutina durante 30 años, no al menos para la  evolución humana. “A” le insiste a “B” que en realidad él nunca se quiso “esforzar” y que las cosas se logran con “esfuerzo”. “B” le repite que ni loco hubiera resistido siquiera un año de esa vida, incluso si le hubiesen jurado que al final del camino le esperaba el paraíso con autos últimos modelos y bellas mujeres. Y le recuerda a “A” que a él, por esos 30 años, apenas le prometieron una jubilación y remedios con descuento para enfermedades que seguro, le trajeron el sedentarismo y la rutina mental. “A” entonces lo crucifica y le dice a “B” qué en verdad él no tiene “el temple” ni “el coraje” para lograr las cosas porque siempre toma el camino más fácil, y se lo dice “porque lo quiere”. “B” se para y  le contesta que, si él lo hubiera deseado, no sólo estaría trabajando con “A”, sino que seguramente ya sería su jefe. “A” repite algo del esfuerzo diario y el mérito y bla bla bla y “B” luego de sacarle un cigarrillo, deja a “A” hablando solo y se va afuera a fumar.
Unos seiscientos años antes de Cristo en una ciudad llamada Mileto que quedaba en la actual costa de Turquía, vivía un hombre a quien muchos hoy consideran el primer filósofo de occidente: Tales. Se lo etiqueta como el primero porque predijo un eclipse con fecha exacta. Antes, los hechos cósmicos y los fenómenos de la naturaleza eran atribuidos a la voluntad caprichosa y arbitraria de algunos dioses y todo solía explicarse a través de mitos. Por ejemplo, si un barco naufragaba en el medio de una tormenta, se podía decir que Poseidón estaba de mal humor, que no validaba ese viaje y que seguro algún tripulante había cometido alguna desavenencia que lo había hecho enojar y que era mejor que esa nave terminara en el fondo del mar… Bien, dicen que Tales fue el primer occidental que intentó conocer la verdad del mundo mediante explicaciones racionales dejando a un lado los mitos y leyendas. Así fue que, el 28 de mayo de 585 antes de Cristo, predijo un eclipse. Su ciudad, Mileto, era un territorio conquistado, o sea que muchas culturas convivían en esas fronteras imperiales de los griegos. No podemos deducir con exactitud cómo fue que lo predijo, ya que no ha dejado nada escrito, pero sabemos que estuvo en Egipto con su padre cuando era joven y que solía debatir con astrónomos babilónicos. El día del eclipse habría una batalla entre Medos y Lidios y Tales paradójicamente utiliza este conocimiento científico y lo disfraza de mito para detener la batalla. Les dice a los contendientes que suspendan ese enfrentamiento porque sino los dioses se enojarían y les quitarían el sol, y bla bla bla. Por supuesto, suspender una batalla cuando ya todos están en el campo  es burocráticamente muy complicado. Pero cuentan que a poco de comenzado el combate, el sol se ocultó y todos recordaron la sentencia de Tales. Entonces decidieron dejar para otro día la lucha y no enojar a esos dioses que se llevaban el sol.
Y así, paradójicamente, la primera aparición de una explicación científica en occidente queda “eclipsada” detrás de una amenaza mitológica.
Tales iba sorprendiendo a todos con sus métodos deductivos y sus teoremas que permitían calcular desde el exacto límite de una parcela  después de que el río borrara los mojones luego de una inundación, hasta saber cuánto medían las pirámides.
Pero un día Tales se encontró con un tipo bastante rico que empezó a cuestionarle para qué le servía su sabiduría. Si tanto sabía, porqué no vivía como un rey, como él.  Porqué andaba siempre con la misma ropa y con las mismas sandalias y su casa era una casa como la de cualquier ciudadano mediopelo de la polis.
Tales le contestó que a él no le interesaba usar su tiempo para demostrar opulencia y que prefería mejor destinarlo a aprender la lógica de la naturaleza y del cosmos. Este hombre rió y siguió reprochándole que en realidad Tales no tenía la capacidad para ser rico y que por eso debía conformarse con esa estupidez de las estrellitas, los planetas y las matemáticas.
Uno puede ser el hombre más seguro del universo pero cuando algunas personas invaden nuestra mente con sus opiniones y esa invasión nos quita tiempo, hay que poner una puerta entre ellos y nuestros atemporales deseos. Dicen que Tales le dijo algo como: “Ya vas a ver cuando nos volvamos a encontrar”, a lo que el hombre seguramente respondió con una sonrisa agitando su collar de oro mientras se alejaba llevado en andas por sus sirvientes. Tales entonces desvió algo de sus talentos para estudiar la forma de hacerse rico. Así descubrió que en la zona de Mileto y Quíos habría una buena cosecha de aceitunas ese año . Si sus cálculos eran correctos, las lluvias y el caudal de los ríos favorecerían el crecimiento de los olivares, mucho más que en años anteriores. Habría miles de toneladas de aceitunas para fabricar miles de litros de aceite… Entonces pensó Tales: “Para hacer el aceite hay que prensar las aceitunas. Prensar… prensas… ¡Prensas!!”
Entonces silenciosamente fue adquiriendo todas las prensas de la zona de Mileto y de Quío.
La cosecha fue efectivamente extraordinaria. Y por supuesto todo aquel que quisiera hacer aceite de oliva, debía terminar en la casa de Tales alquilándole una prensa. Acumuló una innecesaria fortuna solo para demostrar que el teorema de la meritocracia jamás nos hubiera dado la vacuna de la polio pero si muchos profesores de biología que se jubilarían rigurosamente a los treinta años de trabajo.
Afuera hace frío, lo veo a “B” que ya ha terminado su cigarrillo. Haber salido del adoctrinador reproche de “A” lo ha cruzado con “N” una ex novia. “B” y “N” hablan y se ríen. “N” se toca el pelo. “A” mira esa escena desde adentro, haciéndose el que no ve. “B” le apoya la palma de la mano en la mejilla a “N”. “N” entrecierra los ojos. Se besan. “N” le señala su auto y con un tic de cabeza le pide que la siga. “B” sube al auto con calefacción de “N”.
Este, claro, habría sido el final si los dioses hubieran tenido un desliz de sensibilidad.
Lo cierto es que “B” termina su cigarrillo y muerto de frío entra. “A” le dice que no se enoje, que “lo quiere”. “B” le pide si lo lleva a su casa. “A” asiente mientras toma el ticket de la cuenta y hace el gesto de “Dejá, pago yo”. Ambos desaparecen por la puerta fraternalmente abrazados. Al fin y al cabo, son los mismos amigos que entraron un par de horas antes.
Apenas unos minutos después, llega “N” con unas amigas y se sienta en la misma mesa vacía que dejaron “A” y “B”.
Un movimiento lógico y matemático de los dioses… Ni Tales no lo hubiera calculado mejor
EN EL BAR DE TALES,
escuchando a "A" y a "B" (detrás)