DE MUDANZAS Y OLVIDOS
Para dejar una casa primero tenemos que vaciarla. Y recién al vaciarla notaremos que ciertas cosas no han sido tocadas en años. O sea, caemos en la cuenta de que ha habido un espacio ocupado por elementos que eran absolutamente imprescindibles para nuestra vida cotidiana. Esto es, claro, desde el punto de vista económicamente productivo del rendimiento y la optimización del etcétera. Porque hay cosas que “si” ocupan lugar y que pueden no ser invocados en años… cosas como los recuerdos.
En una de mis innumerables mudanzas encontré una caja de cartón en una baulera. Debería llevar unos diez años allí sin ser abierta, ni notada. Adentro había facturas de impuestos pagos, muchas, de todo tipo, con el sello del banco, facturas y más facturas,  y de repente… una carta. Evidentemente la había guardado allí porque era muy íntima e importante… y porque seguramente, no me resignaba a deshacerme de ella. Sin fecha, sin firma, estaba escrita a mano. Comencé a leerla. Era de una mujer y me hablaba a mi. Estaba molesta. La relación había sido intensa, habíamos sufrido mucho y lo habíamos intentado de mil maneras y no nos resignábamos a un final ¿Qué hacer entonces? Había que tomar una decisión. Tenía tres páginas y cuando la terminé de leer hice un descubrimiento sorprendente: No podía saber de quién se trataba.
En 1912 el escritor Conrado Nalé Roxlo,  tenía 14 años. (*) Se enamora entonces de una niña. Este amor no fue correspondido. El mundo entonces se le puso oscuro. Como diría Dylan unos años después: “Esa nube negra y fría está bajando, siento como si yo estuviera tocando las puertas del cielo”. Y con ese ánimo decidió que debía quitarse la vida. Empieza entonces a analizar opciones. Unos meses antes un tio suyo había muerto ahogado. Ese hecho lo había impresionado mucho y pensaba en ello todo el tiempo ¿Cómo habría sucedido si era un excelente nadador? ¿Qué habría sido lo último que pensó? Noches enteras divagaba con esa muerte que quizás jamás olvidaría. Esto le pareció fantástico, porque seguramente a su amor no correspondido le pasaría lo mismo: “jamás olvidaría” su muerte y de esa manera lo recordaría por siempre. Estaba decidido. Le escribe entonces un soneto dejándole en claro que acabaría con su vida por su culpa (la de ella). Había entonces que elegir un lugar. Debía ser de paso obligado para los porteños, con un halo de romanticismo de domingo por la tarde, un lugar en el que cada vez que ella pasase por allí, viera a su espíritu vagando con su corazón en la mano. Conocía uno. El lago de Palermo. Solía ir allí de picnic con sus primos y mientras jugaba miraba con envidia a las parejitas de enamorados que se susurraban cosas al oído. “Un día yo seré uno de ellos” pensaba entonces. Sin embargo ahora sabía que jamás nadie escucharía sus versos enamorados en aquel lugar del que pronto partiría del mundo. Cuentan las crónicas  que esa noche decidió no dormir y la pasó de café en café y llegada la madrugada se acercó al lugar elegido para el gran final. Tomó una rama para ver la profundidad,  pero por más que busco y buscó en ninguna parte el agua  llegaba a taparle siquiera la cintura. Abatido desistió de morir en ese amanecer. Había otras maneras de irse de este mundo, pero él había elegido esa y en ese lugar por lo que… misión abortada.
Conrado Nalé Roxlo vivió hasta los 73. Curiosamente su primera obra de teatro se llama “La cola de la sirena” y trata de un hombre que se enamora de una sirena, amor imposible si los hay. Pero volvamos a ese amor adolescente y tortuoso. Cuando Conrado Nalé tenía unos cincuenta años le hacen una entrevista. En ella él rememora los hechos de este intento de suicidio por amor. En un momento el entrevistador hace la pregunta que haríamos todos: ¿Y cuál era el nombre de aquella niña? Y para sorpresa incluso del mismo Conrado, por más que se esforzó, no pudo recordarlo.
Amores que ocupan nuestras almas por completo pero que luego se olvidan ¿Es que el amor con la pasión nos hace perder la perspectiva de lo que realmente está sucediendo?
¿Qué es lo real?
¿Qué es la pasión?
¿Qué es el amor?
¿Pueden existir estas tres percepciones por separado?
En la “realidad” el “amor” es un contrato que suele estar ligados a proyectos calculados para una vida de unos 75 años: Una casa, hijos, un perro, electrodomésticos en cuotas, macetas y algo de sexo dosificado para que no altere demasiado lo cotidiano.
El “amor” con la “pasión” suele convertirse en un barco con el timón roto que puede perderse en la inmensidad del océano o termina contra un arrecife.
Pero el conflicto mayor es cuando cruzamos a la “realidad” con la “pasión”. Personalmente me atrevo a asegurar que son absolutamente incompatibles. No hay situación de la realidad que pueda soportar a la pasión. El redondo no encaja en el cuadrado y eso lo sabemos desde el jardín de infantes, pero apagamos esa percepción cuando nos educamos primero y luego cuando formalizamos en cumplir las normas para no andar tirado todo el día al sol como el filósofo cínico Diógenes de Sínope que se masturbaba en la plaza pública. “¡Ey! ¿Pero que está  haciendo usted?”, le decían, a lo que Diógenes contestaba: “Si frotándome la panza se me pasara el hambre y usted me viera, seguramente no me diría nada”
Muchos dicen que la pasión es un impulso que llega sin buscarlo, y que es un fenómeno que se repetirá muchas veces en nuestras vidas.
No lo creo así. Creo que hay un momento en el que uno elige: vive con pasión o se pasa la semana pensando las cuatro verdades que le va a cantar en la reunión de consorcio al del cuarto B.
Con la misma pasión con que quiso quitarse la vida, Conrado luego escribió y se volvió a enamorar, y se incendió seguramente en su propio fuego en las madrugadas en que volvían con Roberto Arlt discutiendo sobre quien salvaría al mundo, las rameras o el Papa. Iban despreocupados por la avenida Rivadavia sabiendo que no dormirían nada antes de llegar a sus trabajos del mundo “real”.  Arlt, con ese mechón de pelo sobre la frente con el que le demostraba su total desacuerdo al mundo y Conrado, elegante de polainas chambergo y bastón de caña.
¿Y vendrá dentro la misma pasión, como un ingrediente oculto, el olvido de aquella mujer que nos quitó el sueño y pudo habernos quitado también de este lío de la vida?
Pero tal vez sea otra cosa ¿Y si hay una correspondencia cósmica, y la terrible realidad es que nosotros también fuimos olvidados?
Hoy todo cambió. Con el cruel cibermundo es imposible no recordar los nombres. Uno apenas puede dejar de “ser amigo” o “bloquear” a una persona con la que ha tenido algo que no funcionó. Pero  ya hemos caído en la trampa  y es tarde: nos recordarán al objeto del olvido implacablemente en publicaciones de eventos y cumpleaños y en fotos de los amigos de los amigos.
¿Y qué pasa con aquellas personas con las que nos hemos atravesado de lado a lado con una lanza de fuego que no termina de apagarse?
El cibermundo es brutal en esos casos.
Asistimos al obsceno final de la intimidad.
Ya no somos dueños del olvido, ni de los puntos finales.
Ya no podemos recordarnos ardiendo en ese último fuego, en esa cama, en esa noche en la que nadie nos dijo que iba a ser la última.

Entonces, quemé la carta.

Cuadro de Roeland Kneepkens, excelente pintor holandés nacido en 1978.
Le encanta recrear los climas y atmósferas del siglo 19 y comienzos de siglo 20.
Me gustan los gestos tomados en el momento preciso de cada personaje que pinta.
Les dejo su página http://www.roelandkneepkens.com/ 

(*) NOTA: 
La historia de Conrado Nalé Roxlo la leí en el muy buen libro “Romances turbulentos de la historia argentina” de Daniel Balmaceda.

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ATILA Y LAS COTIDIANAS MURALLAS
Ese día amaneció con mucha niebla. Apenas se podía ver con claridad a unos pocos metros alrededor. Yo tenía que cruzar el campo para  encontrarme con mi amigo Mario, con quien estábamos haciendo una construcción sustentable. O sea, una casa de adobe que llevaba desde barro y troncos hasta botellas y cañas y que incluía hasta un parabrisas rajado como tragaluz. Una manera flexible de edificar que va a contramano del estilo rígido y predeterminado del cemento y el hierro de las ciudades. Además, con el adobe uno tiene la libertad de darle forma a un hogar con sus manos.  
Yo iba en mi moto por un camino de tierra. A los costados no se llegaba a ver nada del gran campo que estaba cruzando. Manejaba muy lento y muy atento. De repente, de frente veo una figura emergiendo de la niebla que pronto toma la forma de una vaca. Iba por el medio del estrecho camino así que me detuve, me puse a un costado y por las dudas apagué el motor para no asustarla. Pasó a mi lado, creo que sin notarme siquiera y se perdió otra vez en la niebla. 
Y entonces, frente a mí, apareció una de las imágenes más asombrosas y fantasmagóricas que vi en mi vida. De la pared de neblina empezaron a salir más y más siluetas que de a poco también se transformaban en vacas. Iban en silencio y me pasaban a centímetros. Enormes animales emergían de la nada y solo se escuchaba el sonido el de sus pezuñas sobre la tierra y algún que otro resoplido, nada más. ¿Cuántas serían? Parecían incluso moverse en cámara lenta… 
Me recordé a mi mismo hace apenas un par de años, a esa misma hora de la mañana, y yendo también a trabajar. Éramos una multitud intentando subir al subte, empujando cuerpos contra cuerpos para que la puerta se cerrara y pudiera arrancar otra vez. Y así llegábamos hasta la otra estación y sin que nadie bajara, entraban otras tantas personas en donde ya no había lugar. Esto sucedía estación tras estación, día tras día y semana tras semanas. Era un ciclo tortuoso que se instalaba en lo profundo de nuestras células para que el cuerpo se adormeciera… para que lo cotidiano no doliera tanto… para terminar siendo, de alguna manera, adictos a esa rutina.
 Y es que las ciudades están diseñadas para comprimir a la gente de una manera tal, que luego sientan terror a sentirse solos e inseguros ante la inmensidad del planeta
¿Cómo llegamos a vivir en ciudades? Los humanos se empezaron a juntar por miedo ¿Por qué? "Afuera hay un peligro. Están los “bárbaros”. Está Atila, el azote de Dios, el más cruel y perverso." 
La existencia del rey huno provocó que los habitantes del imperio romano se metieran dentro de las murallas de las ciudades y así pagaran por su seguridad. En esos años el imperio estaba derrumbándose y necesitaba recaudar. Entonces…  ¿Qué mejor que un “Atila” para convencer a todos de no asomar las narices afuera y tributar de manera dócil y hasta agradecida? Pero realmente… ¿Cuánto tenía de salvaje y despiadado y cuánto era leyenda útil para el marketing del miedo?
Si revisamos la historia notaremos algo bastante curioso: los únicos datos que hay de “Atila” fueron justamente aportados por los romanos ya que (oh) los hunos no han dejado registro escrito de su historia (oh). El historiador romano Prisco, que estuvo un tiempo como embajador viviendo entre los hunos, nos habla por ejemplo, del ascetismo de Atila que comía y bebía con utensillos de madera mientras que a sus invitados les servía en vajilla de oro y plata. Cuenta también que hablaba por lo menos griego y latín. Y qué este último idioma incluso lo escribía. De sus crónicas podemos deducir que Prisco terminó admirando al temido cruel y perverso rey. Incluso contó que varios romanos que habían sido tomados como prisioneros, cuando al fin consiguieron que se pagara por su libertad, eligieron quedarse a vivir entre los hunos, los terribles bárbaros, y no volver al imperio, la civilización.  Cabe aclarar que la palabra “bárbaro” se utilizaba para todo aquel que viviera fuera de los dominios romanos. No importa si estaban en China o en el planeta Marte… todos fuera del imperio, eran “bárbaros”.
Las grandes ciudades del imperio como Constantinopla, construían murallas y luego “negociaban” las invasiones con esos bárbaros. Pero… ¿Y si hubiese sido al revés? ¿Si “negociaban” las invasiones para poder construir murallas? Y por supuesto, para construir murallas era necesario recaudar y para recaudar debían de haber contribuyentes atemorizados dentro de las murallas y para que haya contribuyentes atemorizados dentro de las murallas era necesario un…  ¡“Atila, el azote de Dios”!!!
Se cuenta que habiendo llegado Atila a las orillas del río Po y estando a una hora y media en auto de Ravenna, la ciudad central del imperio en esos tiempos, “Atila” realiza una extraña retirada luego de entrevistarse con una comitiva en la que estaba, entre otros, el Papa León I. O sea que luego de llegar desde las estepas de Asia Menor a filo de espada y sangre, se detiene justo justo a unos pocos kilómetros del corazón de su enemigo. La historia oficial cuenta que unos meses después, ya en su palacio cerca del  Danubio, tiene una misteriosa muerte en los días de su boda. Se dice que fue enterrado en un triple sarcófago de oro, plata y hierro, ¿O sea que tenemos el cuerpo de Atila para saber cómo y quién fue realmente? No, porque todos los que participaron de su entierro, fueron ejecutados para mantener en secreto el lugar donde dejaron sus restos ¡Oh! Pero recordemos que según Prisco, Atila al menos escribía latín, pero ¡Oh! No ha dejado nada escrito o sea que el rey que puso en jaque y empujó a la decadencia al poderoso imperio romano, no dejó siquiera una nota de puño y letra contando su epopeya.
La civilización actual reproduce más y más ciudadanos, o sea gente que vive y depende de las ciudades para una existencia segura aunque sea en la marginalidad y la miseria, la cuestión es estar “adentro”. 
Entonces el ciclo de peligro/seguridad/impuesto/muralla se repite como en Constantinopla porque afuera siempre hay un “azote de Dios” que en el siglo 21 se puede manifestar de miles de formas para quienes se “exceden” libremente fuera de sus “murallas”. Puede ser desde un insoportable silencio ausente de internet hasta una epidemia incurable. El desafío de "elige tu propia aventura" podría ser la impenetrable rigidez del cemento o el barro apretado en la mano escurriéndose entre los dedos para hacerte una pared.
Luego de que la última vaca entrara en la espesa neblina todo fue silencio. Era raro, no apareció ni un baqueano, ni un perro… sin embargo, ellas iban decididas hacia algún lado. Estaban perfectamente “educadas”. Ya no necesitaban quien las golpee, ni quien les grite, ni quien les ladre para que anduvieran repitiendo  día tras día, semana tras semana esa rutina, así, casi adormecidas
Iban solas por ese camino… Un camino del cual ya todos conocemos su ineludible y fatal fin.
FRANZ MARC
1880 - 1916
Pintor alemán que enaltecía a los animales y despreciaba a los humanos.
Murió con una esquirla de metralla en su cabeza durante la Primera Guerra Mundial.
Tenía 36 años

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  LOS BOULEVARES, LAS VACAS Y PARIS
Cuando uno llega a un monte virgen y se convierte en uno de sus primeros habitantes puede contemplar la increíble transformación que produce el humano en un hábitat natural. 
En menos de un año y medio, aquello que era un lugar deshabitado y salvaje, ahora tenía varias casas con sus terrenos delimitados por prolijos alambrados y precisos ángulos rectos. Los primeros que notaron el cambio fueron los animales. Al principio, mi casa era la única y al no tener siquiera alambrados fue incorporada como algo más del monte. Por la noche solían pasar las vacas de camino a la laguna por alrededor de la cabaña. Alguna que otra apoyaba incluso su cabeza contra la ventana empañando el vidrio con el soplido de su respiración. Durante un mes que estuve de viaje, dos lechuzas entraron por un ventiluz e hicieron su hogar dentro de mi cabaña. Por las mañanas, apenas salía el sol, grupos de gallinas salvajes (que parecían velociraptors en miniatura) pasaban delante de mi puerta hablando con extraños sonidos entre ellas. Nunca supe de donde venían ni hacia dónde iban. También ocurría que a veces dejaba sobras de comida afuera y por la noche venían las comadrejas y los cuises para hacerse el festín. Pero entonces un lugareño me dijo que eso era muy peligroso. No por las comadrejas ni por los cuises, si no por las víboras. Estas, al descubrir que esos animales se juntaban periódicamente a comer en un lugar preciso, se instalaban silenciosas en las cercanías para devorarlos en algún descuido. Y entonces:… “las va a tener a las víboras siempre alrededor de la casa, ¿vio?  Con usted no se van a meter, pero no es cómodo andar con ellas cerca, uno nunca sabe cuando tienen un día atravesado y son muy venenosas”
Así era el panorama  cuando llegué y era el único habitante, pero pronto empezó el gran desmonte y al mismo tiempo que aparecieron los alambrados, desaparecieron los animales.
Ante nuestro avance como “civilización”, los animales se alejan. Al campo, a la montaña, a la selva o al bosque, no importa. Se alejan, se relajan y se dejan caer de nuevo en la naturaleza. Toman distancia, porque si bien tienen su idea del “territorio” y lo defienden, desconocen el concepto del “alambrado”.  El “territorio” es el lugar natural en donde ellos consiguen todo aquello para la subsistencia, va variando con las migraciones de su alimento o las distintas temporadas de las pasturas y los ríos. El alambrado es algo estático, una imposición de leyes humanas que la naturaleza y el cosmos desconoce, quizás más ligado al temor de perder “algo”.
¿Quizás por eso el hombre se concentra hasta hacinarse en lugares bien delimitados? ¿Será para sentir amparo ante la imposibilidad de demostrarse que puede tener un territorio allí donde vaya?
Pero volvamos a la naturaleza. Luego de desplazar a los animales y a la flora autóctona, el homo sapiens comienza con otra lenta selección: La del humano “que saca” al humano del poblado. Pero no es “cualquier humano” el que expulsa de la ciudad a “cualquier humano”.
Paris, 1852, estamos en los días del Segundo Imperio. El emperador Napoleón III piensa que es necesario realizar un cambio radical en el trazado urbano de Paris. Gran parte de la ciudad tiene un “diseño medieval de calles angostas y serpenteantes”. Generalmente esto ocurre en los barrios en donde están los vecinos de menos recursos. Allí viven hacinados y en condiciones sanitarias que facilitan las epidemias ya que entre otras cosas, deben echar las aguas servidas a las estrechas calles ante la falta de desagües o cualquier otro sistema parecido a una cloaca.
Entonces el emperador se reunió con el funcionario George Haussmann y le dijo de manera tajante: “Hay que limpiar Paris”. Cuentan que acentúo la palabra “limpiar” con un arqueo de cejas a lo cual Haussmann asintió con un asimétrico gesto de su boca.
Haussman tomó un plano de la ciudad y comenzó su trabajo trazando líneas de un lado a otro. Al terminarlo no había quedado ni una “de las serpenteantes y angostas calles medievales”. Tampoco se podían encontrar rastros de los barrios bajos, y menos de sus habitantes quienes habían sido “gentilmente” mudados a la periferia de la ciudad.
La nueva Paris estaba cruzada por amplios y elegantes boulevares, rodeados de árboles, y jardines con bonitas veredas en donde uno podía encontrar los mejores cafés y las tiendas de moda. Además recorriéndolos, uno podía ver una exquisita estructura edilicia que mantenía una armonía en diseño y altura.
Pero este cambio no obedeció nada más  a una segregación encubierta, disfrazada de cuestión estética y sanitaria. No. Napoléon III tenía un motivo oculto. En los años 1830 y 1848 estallaron dos revoluciones en Paris. Durante aquellos eventos el pueblo tomó la capital a golpes de barricadas. En la última hubo unas 1500 y así, con las calles cortadas y tomadas, los “revoltosos” consiguieron paralizar la ciudad para poner en jaque “al poder”.  Y Napoleón III pensó: “Ahora el poder soy yo”. El sabía muy bien que una barricada solo se podía construir físicamente en una calle angosta. Por eso, en la nueva París, las calles deberían ser lo más anchas posibles. Esos boulevares permitirían el rápido movimiento de las tropas imperiales para reprimir a los “potenciales sublevados” que ahora estaban “reubicados” en la periferia de la ciudad. Además estas anchas avenidas estaban conectadas con los ferrocarriles. De esta manera, si las fuerzas del orden parisinas eran superadas, podían llegar en su apoyo y rápidamente por el tren, las tropas de refuerzos del interior de Francia . Era todo perfecto. Un mundo en orden y feliz.
Pero hubo algo que quizás no tuvieron en cuenta ni el emperador, ni Haussman, ni la feliz burguesía que aplaudía a la nueva ciudad: De la misma manera que las tropas se podían mover rápidamente para ir a reprimir a los suburbios, ahora también los habitantes de esos distritos podían acceder fácilmente, por esos mismos boulevares, al centro de París de manera directa y en pocos minutos. O sea, que a la vez, se había abierto un gran canal por el cual podían ir y venir a su gusto aquellos que habían sido marginados por el proyecto Haussmann y Napoleón III.
Si hacemos un paralelo a nuestros días podríamos hacernos una interesante pregunta: ¿No pasó lo mismo con el “proyecto internet”? ¿No es internet el un gran boulevard del siglo 21? 
“Internet”, en principio, fue un elegante y fluído “canal” pensado para el uso de una elite. Pero por ese canal comenzaron a pasar cosas extrañas: Por ejemplo, que un chico toba del Chaco conozca a uno de Madrid y juntos puedan entrar a un salón virtual del museo del Louvre y discutir sobre si la mirada de la Gioconda es más enigmática que su sonrisa. Eso a muchos no les gustó. Y para colmo de males, en poco tiempo ese distinguido boulevard se llenó de millones de habitantes de los suburbios que se movían de forma anárquica y azarosa por sus veredas, cafés, tiendas y plazas
Muchos se preguntaron qué hacer. Alguien sugirió que había que concentrar ese caos para no perder el control. ¿Pero cómo lograr manipular a tantos millones de personas tan dispersas y tan diferentes? ¿Cómo hacer para meterlos dentro de unos alambrados que a la vez no debían desentonar con la arquitectura del Gran Boulevar? 
Entonces alguien desarrolló una idea tan simple como perversa y funcional y así creó… “Las Redes Sociales”.
El nuevo gurú ciber Haussmann profetiza: “Pasearan por el Gran boulevar, si, pero por donde nosotros les digamos. El precio será revelarnos qué piensan, en dónde estuvieron, quienes son sus amigos, que idea política tienen y cuáles son sus deseos… de esta manera, nos será muy fácil domesticarlos y para domesticarlos les brindaremos el poder de indignarse con solo apretar una tecla y  les haremos creer que son verdaderos revolucionarios aún sin poner un pie fuera de sus casas”
Hace unos minutos que amaneció. Es la mejor hora para salir al jardín. Aunque aún yo no he puesto ningún alambrado, tengo la casa rodeada porque heredé los que han colocado mis vecinos que son más prolijos. El único que me falta es el que da a la calle. Justamente allí está él parado: Un gran toro negro. Me mira como calculando algo. Pienso por un instante que sería grandioso que intentara embestirme.

Pero solo me mira. Toma aire profundo, se da vuelta y se va... dejándome absolutamente desamparado en mi jaula.


Boulevard des Capuchines
Pintado por Claude Monet en 1874