JULIO VERNE,  UN VIAJE EN EL TIEMPO, Y EL DESAMOR

Mudarse  al medio del campo suele tener algunas consecuencias. Por ejemplo, que el correo jamás te llegue porque las calles aún no tienen nombre.  Ocurrirá entonces que cuando pasás a saludar cada dos meses a tus antiguos vecinos por el que era tu barrio, alguien siempre te esperará con un pilón de cartas en el cual nunca faltara una que diga “urgente”.
Así llegué al Banco a preguntar por una moderada intimación a un impuesto no pagado. Cuando uno está allí debe abstenerse de internet. Ante al primer amague de querer mirar la pantalla los atentos guardias de seguridad nos harán un gesto desde lejos. 
Es raro, pero es así. En ese lugar en donde dominan los fríos números, estamos libres de la Gran conexión, listos para mirarnos para adentro, como si corriéramos desnudos por una verde pradera, pero parados en una cola, quietos y rodeados de cámaras.
Pensé entonces en mi ídolo de la niñez: Julio Verne, el novelista que describió con llamativa exactitud a mediados del siglo 19, muchas de las elementos que hoy usamos para vivir, como por ejemplo la internet. Y no solo eso, ha relatado “hechos”, como el viaje del hombre a la luna, con una llamativa fidelidad de detalles, un siglo antes de que la apolo 11 saliera a toda marcha de Cabo Cañaveral con Amstrong, Aldrin y Collins.
Cuando yo era un niño no existía wikipedia, porque no existía internet y porque no se habían inventado las computadoras... entonces si querías saber algo había que ir a las bibliotecas y pedir un libro que hablase de tal asunto. El bibliotecario ponía entonces cara de estar calculando algo y se marchaba volviendo, no con uno, si no con cinco libros.  
En aquellos días, el tiempo sobraba, era esponjoso, lo podías apretar fuerte cuando querías hacer una casa en el árbol pero después había que soltarlo y se hacía eterno como cuando íbamos a visitar a la Tía Luz para jugar a la canasta toda la tarde del domingo. 
En esos cinco libros conocí varias versiones de la vida de Julio Verne. Y en todos me llamaba la atención un pasaje muy interesante y poco conocido de su vida: A los once años, o sea a la misma edad que yo tenía ese día en aquella biblioteca, el pequeño Julio compra, con una plata que tenía ahorrada, un contrato de grumete para viajar a la India. La excusa  era que iba para comprarle un collar de perlas auténticas a su prima Carolina Tromson, una niña de la cual Julio estaba absolutamente enamorado, pero en secreto.
Cuatro libros decían que Pedro Verne, su padre, lo alcanzó antes de subir al barco, lo llevó de una oreja hasta su cuarto y allí le hizo prometer que no viajaría más que en sus sueños. Pero había un libro, uno de tapas azules, que daba una versión distinta a los demás. Decía que Julio en efecto, había logrado subir al barco y que se hizo a la mar y que su padre recién logró alcanzarlo a mitad de camino en algún puerto del sur de Africa.  
A mi siempre me gustó creer esta ultima historia. Pero además tenía mi versión de los hechos: Antes de ser alcanzado por Don Pedro,  y cuando el barco se detuvo en algún remoto puerto en tierras africanas para abastecerse, el joven Julio aprovechó para internarse en la selva y conoció algo extraordinario: Un portal. Un portal que lo llevó al futuro. Y así vivió unos días en los finales de los sesentas con la llegada del hombre a la luna, Vietnam y Bob Dylan. Cuando volvió del portal, como era mágico, solo habían pasado en su mundo apenas unos pocos minutos. Regresó al barco siguiendo el sonido de la campana del marinero Jonston que la batía con fuerza en cubierta llamando a la cena a todos aquellos que, como el pequeño Julio, habían bajado a tierra.
A vistas de lo que Julio describió luego en sus novelas yo puedo asegurar, sin lugar a dudas, que su viaje y el portal existieron.
Julio se demoró muchos años en escribir sobre aquello. Mientras tanto su prima Carolina se casó y eso lo devastó… Es el resultado de la ecuación de amar a alguien en silencio... La amada no se entera jamás y un día llega un "don nadie" que en un minuto le dice exactamente lo que nosotros nunca nos animamos a confesarle. Quizás si Julio no hubiese seguido el designio paterno de ser un abogado y hubiese escrito sobre el portal, Carolina hubiera visto en él al hombre de su vida. O no.
Julio tenía 28 y era un gris corredor de bolsa. Había escritos algunos sonetos y una tragedia en verso, tal vez para despistar el destino. Entonces se decidió y salió con todo. Escribió  una novela llamada precisamente “Paris siglo XX” que contenía casi todos los elementos que le habían si revelados en el portal mágico. El manuscrito fue sistemáticamente rechazado por todos los editores. Era un disparate imaginar una ciudad con rascacielos vidriados, autos a gas, calculadoras científicas, trenes de alta velocidad y un telégrafo mundial que uniera a todas las personas del mundo, como hoy lo hace internet. Además el jóven protagonista, aún con todo ese mundo a su disposición, se sentía insatisfecho y pesimista.
“Muchas gracias señor Verne por habernos acercado su novela pero sepa usted  que el género de la ciencia ficción aún no existe y en todo caso, si existiera debiera ser para que la gente sea feliz. Por cierto: ¿No tiene algo de aventuras, que tan bien se lleva por estos días? Salúdole a usted muy atentamente. El editor.”
Supo entonces que debía ir de a poco, que debía dosificar aquello que le había revelado y decidió escribir por supuesto, una de aventuras. Se llamó “Cinco semanas en globo”. Ese manuscrito recorre todas las editoriales de Paris hasta que llega a manos de un joven y atrevido editor llamado Pierre Jules Hetzel que luego de leerlo, se queda pensando unos segundos mientras mueve la cabeza afirmativamente, enciende su pipa y va hasta su escritorio. Entonces saca su pluma, un papel y un tintero y pergeña un contrato de veinte años durante el cual Julio debería entregarle cuarenta novelas. “Cinco semanas en globo” se convierte en un éxito mundial sin precedentes y Julio deja la bolsa. Escribirá unas sesenta y cinco novelas, vienticinco más que las pactadas, entregando en dosis homeopáticas todo aquello que le había sido revelado en el portal. 
Julio era exitoso se había casado con una joven viuda de una familia adinerada de Paris y solían invitarlo a las pomposas fiestas del Paris de aquellos años. 
Pero Carolina se había casado con otro.
La ruta de la vida está llena de cruces de caminos. Y a medida que pasan los años uno debe elegir. Elegir por ejemplo, en que va a creer. Vivir ya de por si es mágico pero tapamos esa magia con la rutina y el sin sentido de rituales como el reconocer como real que un papel con números llamado billete puede comprar nuestro tiempo... el tiempo, el único tesoro propio del que disponemos entre el nacimiento y el inevitable fin.
Estoy en la cola de un Banco pensando en Julio Verne y en aquel portal y a nadie allí le llama la atención el sol que entra y se refleja en la cara de un bebe que entrecierra los ojos y cree ver puntitos que flotan en el aire… y los quiere agarrar… y se rie... y yo también 
ILUSTRACION DE LORENZO PETRANTONI
Diseñador Gráfico nacido en 1970 en Génova.
Su fascinación es ilustrar personajes del siglo 19


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