LA MALA HOSTIA DE LOS DIOSES 
( O LA REIVINDICACION DE LOS HEROES )
Todo hombre ha tenido una pelea alguna vez en su vida
Peleas de puño digo.
Los chicos del barrio estaban en círculo alrededor nuestro. Aún hoy no puedo recordar el motivo por el que me tenía que pelear con aquel muchacho dos o tres años mas grande que yo y que me llevaba mas de una cabeza de alto. Dos o tres años cuando tenés 10 es mucho. Pues bien, vaya a saber uno porqué, el asunto es que ahí estaba yo y enfrente estaba él. El muchacho más temerario del barrio. El más listo, ése por el cual suspiraba la chica que a todos nos gustaba. Ese que nunca parecía tener miedo.
En la antigüedad a estos hombres se los llamaba héroes. Y solían obtener el favor de los dioses siempre y cuando no cometieran hibris. Hibris puede traducirse como desmesura. El hombre que comete hibris ha demostrado con sus actos que desea más de lo que el destino y el universo le ha asignado. Y esto a los dioses no les gusta nada. No importa si con esas acciones los héroes han logrado salvar muchas vidas o han conquistado tierras que antes eran de los infieles para los dioses… no: A los dioses les interesa dejar bien en claro que ellos son los poderosos y que ningún mortal puede ser ni tan afortunado ni tan valiente ni puede trastocar el órden del universo.
Los dioses miran a la humanidad al ras. Cuando alguien sobresale, lo fulminan con sus rayos. Pero los dioses también son perversos y como dice un viejo proverbio: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Por eso, a algunos les perdonan en principio la vida para que los demás mortales vean su progresiva destrucción, y sepan cuales son los límites que no hay que cruzar. 
Así dicen que le ocurrió al valiente y astuto Ulises quien, luego de luchar durante 10 años en Troya y convertirse en el mayor héroe de la historia, fue puesto otra vez en su lugar de mortal raso, cuando quiso regresar a sus hogar. Era un viaje de apenas unos días pero los  dioses le hicieron tardar otros 10 años, enredándolo en aventuras con sirenas, cíclopes y haciéndolo desembarca en la isla de la diosa Circe, quien convierte a la mitad de su tripulación en cerdos y para dejarlo ir le exige que se queden un tiempo viviendo con ella. Y una vez por fin en su tierra Ulises debió disfrazarse de mendigo para echar a los pretendientes de su mujer Penélope, quien estaba a punto de casarse ya que a nuestro héroe, todos lo daban por muerto.  Al parecer finalmente hubo un final feliz. Pero no. Volvamos a la isla de la diosa y hechicera Circe. En el tiempo que estuvieron en la isla,  Circe se enamoró de Ulises y tuvo tres hijos con él. El menor se llamaba Telégono. Cuando Telégono creció Circe lo envío a buscar a su padre Ulises que se encontraba tranquilo en Itaca con su esposa Penélope. Los dioses consideraron que ya era el tiempo de cerrar el círculo sobre Ulises y ocurre que en un confuso episodio Telégono mata por error a su padre.
Telégono  apenado vuelve a la isla de Circe. 
En su barco lleva:
- El cuerpo de su padre (Ulises)  
- A la reciente viuda (Penélope) 
- Y al hijo que ella tuvo con Ulises, (Telémaco), o sea, su "medio" hermano.
Circe, en un esfuerzo por disculparse, por el involuntario asesinato que cometió su hijo, convierte en inmortales a Penélope y a Telémaco.
Y ahí los dioses dan la puntada final, aquello por lo que Ulises no viviría jamás en paz ni muerto como estaba: Telégono desposa a Penélope (la mujer de su padre) y Circe se casa con Telémaco (el hijo de su amante).
Raro fue que los dioses no revivieran a Ulises para que viera todo esto.
El castigo que los dioses emprenden contra quienes han cometido pecado de hibris es llamado la némesis. Némesis es la diosa griega de la venganza pero también de la justicia retributiva, la solidaridad, el equilibrio y la fortuna. Pero lo más curioso es cuál es su equivalente romana: la diosa Invidia… o Envidia. Envidia, es más puntual: personifica la venganza y los celos
¿Y si el motor de la venganza de los dioses fuera la envidia? ¿En algún punto se sentirán menos que los héroes? A fin y al cabo echar un rayo que todo lo destruye sobre una ciudad…¿Es ser épico o apenas un caprichoso? ¿Pueden los dioses ser catalogados de  valientes siendo inmortales? No sentirán envidia  al ver armar a un mortal una astuta estrategia para llevar a un ejército en desventaja numérica a triunfar en una batalla? ¿Y no será por eso tan exagerado el castigo?
Es muy posible que los dioses no soporten ver como algunos hombres y mujeres toman decisiones que los llevan más allá de lo que les tenía asignado el destino para su monótona y oscura y rutinaria vida.
¿Y por qué el héroe se anima a ser héroe?
¿Sólo porque es valiente, porque es preso de sus propios impulsos y de sus pasiones más exageradas?
No. El héroe es héroe porque cree en el destino. Porque confía en que haga lo que haga no dejará este mundo ni un segundo antes ni un segundo después de lo que el universo ha determinado para su vida. El héroe sabe que el hilo de la vida le pertenece más allá de lo que decidan los dioses. Es un asunto entre ellos y el universo. El héroe es el verdadero devoto del destino.
¿Y qué pasa con nosotros si es que el destino es uno, y al parecer nuestra suerte está echada apenas ponemos un pie en este planeta?
Tenemos dos opciones:
a)    Somos héroes en busca de grandes y épicas aventuras y nos exponemos, (en caso de triunfar) al castigo de los dioses
b)     Nos dormimos en una existencia  predecible y “segura”.
Y ahí estaba yo enfrente al héroe del barrio en un terreno que habíamos limpiado en el verano y que ahora usábamos como cancha de fútbol. Recuerdo que todos alentaban a la pelea como si fuera un circo romano, como en las películas de Macistes, esas que pasaban los sábados en la tele. Obviamente yo no era un gladiador: venía de hacer las compras y había dejado mi bicicleta y la bolsa con los mandados detrás de mi.
Gritaban, no se que, pero gritaban. Entonces el héroe se envalentonó aún mas y me invitó a levantar mi guardia
Me puse en posición. Traté de imitar a los boxeadores que había visto en la tele, levanté un puño. Y cuando estaba levantando el otro, de repente, todo se hizo negro.
Lo siguiente que vi fueron los pedales de mi bicicleta. Ahí había ido a dar con mi cara.
Entre el zumbido de mis oídos, podía otra vez oir a todos gritar.
Me levanté como pude, y manoteé la bolsa de los mandados que chorreaba la leche. Al parecer con la caída había roto una de aquellas botellas color caramelo.
Me subí a la bicicleta e intente pedalear. No pude. Me bajé, la tomé por el manubrio y sin mirar atrás me alejé. De repente todo se hizo silencio y solo escuchaba al héroe que me gritaba algo. Algo que en mi aturdimiento, no llegaba a entender
Había sido la primera vez que alguien lo había enfrentado.
Nadie jamás me volvió a buscar pelea en el barrio, sin embargo desde ese día todos quisieron enfrentar al grandulón.
El tipo se había metido en problemas.
Unos meses más tarde su madre murió de repente y sentí un incómodo pudor mezclado con algo de culpa.
Hoy entiendo que los dioses me habían utilizado.
El héroe sin embargo, se levantó y años más tarde escribió uno de los éxitos más grandes de la televisión argentina. Y además se casó con una bonita e inteligente actriz.
Lo que aún no puedo recordar es porque debíamos tomarnos a golpes aquella fría tarde de otoño en la canchita del barrio Parque.






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