ATILA Y LAS COTIDIANAS MURALLAS
Ese día amaneció con mucha niebla. Apenas se podía ver con claridad a unos pocos metros alrededor. Yo tenía que cruzar el campo para  encontrarme con mi amigo Mario, con quien estábamos haciendo una construcción sustentable. O sea, una casa de adobe que llevaba desde barro y troncos hasta botellas y cañas y que incluía hasta un parabrisas rajado como tragaluz. Una manera flexible de edificar que va a contramano del estilo rígido y predeterminado del cemento y el hierro de las ciudades. Además, con el adobe uno tiene la libertad de darle forma a un hogar con sus manos.  
Yo iba en mi moto por un camino de tierra. A los costados no se llegaba a ver nada del gran campo que estaba cruzando. Manejaba muy lento y muy atento. De repente, de frente veo una figura emergiendo de la niebla que pronto toma la forma de una vaca. Iba por el medio del estrecho camino así que me detuve, me puse a un costado y por las dudas apagué el motor para no asustarla. Pasó a mi lado, creo que sin notarme siquiera y se perdió otra vez en la niebla. 
Y entonces, frente a mí, apareció una de las imágenes más asombrosas y fantasmagóricas que vi en mi vida. De la pared de neblina empezaron a salir más y más siluetas que de a poco también se transformaban en vacas. Iban en silencio y me pasaban a centímetros. Enormes animales emergían de la nada y solo se escuchaba el sonido el de sus pezuñas sobre la tierra y algún que otro resoplido, nada más. ¿Cuántas serían? Parecían incluso moverse en cámara lenta… 
Me recordé a mi mismo hace apenas un par de años, a esa misma hora de la mañana, y yendo también a trabajar. Éramos una multitud intentando subir al subte, empujando cuerpos contra cuerpos para que la puerta se cerrara y pudiera arrancar otra vez. Y así llegábamos hasta la otra estación y sin que nadie bajara, entraban otras tantas personas en donde ya no había lugar. Esto sucedía estación tras estación, día tras día y semana tras semanas. Era un ciclo tortuoso que se instalaba en lo profundo de nuestras células para que el cuerpo se adormeciera… para que lo cotidiano no doliera tanto… para terminar siendo, de alguna manera, adictos a esa rutina.
 Y es que las ciudades están diseñadas para comprimir a la gente de una manera tal, que luego sientan terror a sentirse solos e inseguros ante la inmensidad del planeta
¿Cómo llegamos a vivir en ciudades? Los humanos se empezaron a juntar por miedo ¿Por qué? "Afuera hay un peligro. Están los “bárbaros”. Está Atila, el azote de Dios, el más cruel y perverso." 
La existencia del rey huno provocó que los habitantes del imperio romano se metieran dentro de las murallas de las ciudades y así pagaran por su seguridad. En esos años el imperio estaba derrumbándose y necesitaba recaudar. Entonces…  ¿Qué mejor que un “Atila” para convencer a todos de no asomar las narices afuera y tributar de manera dócil y hasta agradecida? Pero realmente… ¿Cuánto tenía de salvaje y despiadado y cuánto era leyenda útil para el marketing del miedo?
Si revisamos la historia notaremos algo bastante curioso: los únicos datos que hay de “Atila” fueron justamente aportados por los romanos ya que (oh) los hunos no han dejado registro escrito de su historia (oh). El historiador romano Prisco, que estuvo un tiempo como embajador viviendo entre los hunos, nos habla por ejemplo, del ascetismo de Atila que comía y bebía con utensillos de madera mientras que a sus invitados les servía en vajilla de oro y plata. Cuenta también que hablaba por lo menos griego y latín. Y qué este último idioma incluso lo escribía. De sus crónicas podemos deducir que Prisco terminó admirando al temido cruel y perverso rey. Incluso contó que varios romanos que habían sido tomados como prisioneros, cuando al fin consiguieron que se pagara por su libertad, eligieron quedarse a vivir entre los hunos, los terribles bárbaros, y no volver al imperio, la civilización.  Cabe aclarar que la palabra “bárbaro” se utilizaba para todo aquel que viviera fuera de los dominios romanos. No importa si estaban en China o en el planeta Marte… todos fuera del imperio, eran “bárbaros”.
Las grandes ciudades del imperio como Constantinopla, construían murallas y luego “negociaban” las invasiones con esos bárbaros. Pero… ¿Y si hubiese sido al revés? ¿Si “negociaban” las invasiones para poder construir murallas? Y por supuesto, para construir murallas era necesario recaudar y para recaudar debían de haber contribuyentes atemorizados dentro de las murallas y para que haya contribuyentes atemorizados dentro de las murallas era necesario un…  ¡“Atila, el azote de Dios”!!!
Se cuenta que habiendo llegado Atila a las orillas del río Po y estando a una hora y media en auto de Ravenna, la ciudad central del imperio en esos tiempos, “Atila” realiza una extraña retirada luego de entrevistarse con una comitiva en la que estaba, entre otros, el Papa León I. O sea que luego de llegar desde las estepas de Asia Menor a filo de espada y sangre, se detiene justo justo a unos pocos kilómetros del corazón de su enemigo. La historia oficial cuenta que unos meses después, ya en su palacio cerca del  Danubio, tiene una misteriosa muerte en los días de su boda. Se dice que fue enterrado en un triple sarcófago de oro, plata y hierro, ¿O sea que tenemos el cuerpo de Atila para saber cómo y quién fue realmente? No, porque todos los que participaron de su entierro, fueron ejecutados para mantener en secreto el lugar donde dejaron sus restos ¡Oh! Pero recordemos que según Prisco, Atila al menos escribía latín, pero ¡Oh! No ha dejado nada escrito o sea que el rey que puso en jaque y empujó a la decadencia al poderoso imperio romano, no dejó siquiera una nota de puño y letra contando su epopeya.
La civilización actual reproduce más y más ciudadanos, o sea gente que vive y depende de las ciudades para una existencia segura aunque sea en la marginalidad y la miseria, la cuestión es estar “adentro”. 
Entonces el ciclo de peligro/seguridad/impuesto/muralla se repite como en Constantinopla porque afuera siempre hay un “azote de Dios” que en el siglo 21 se puede manifestar de miles de formas para quienes se “exceden” libremente fuera de sus “murallas”. Puede ser desde un insoportable silencio ausente de internet hasta una epidemia incurable. El desafío de "elige tu propia aventura" podría ser la impenetrable rigidez del cemento o el barro apretado en la mano escurriéndose entre los dedos para hacerte una pared.
Luego de que la última vaca entrara en la espesa neblina todo fue silencio. Era raro, no apareció ni un baqueano, ni un perro… sin embargo, ellas iban decididas hacia algún lado. Estaban perfectamente “educadas”. Ya no necesitaban quien las golpee, ni quien les grite, ni quien les ladre para que anduvieran repitiendo  día tras día, semana tras semana esa rutina, así, casi adormecidas
Iban solas por ese camino… Un camino del cual ya todos conocemos su ineludible y fatal fin.
FRANZ MARC
1880 - 1916
Pintor alemán que enaltecía a los animales y despreciaba a los humanos.
Murió con una esquirla de metralla en su cabeza durante la Primera Guerra Mundial.
Tenía 36 años

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